Beriain II (La edad de los descubrimientos)

Por este titulo, y dado como acabo la ultima columna, podríais llegar a pensar en unos “descubrimientos” que no llegaron, ni hasta el momento, han llegado a tener lugar. Sino a descubrimientos (anunciados estos ya en anteriores columnas) en otros campos que tratare mas adelante en la de hoy. Pero antes, comenzaré con lo que ayer finalizaba.
Así que idos olvidando, de eso (ya se que este comienzo es un tanto forzado, pero solo quería “avivar” un poco vuestro interés).

A lo que íbamos (sera breve): Esther, first contact.

Un mes indefinido de mil novecientos ochenta y ocho. Estamos en el recreo. Por aquel entonces llevaba una pelota a clase, para jugar (casi siempre solo) en el recreo. En este caso creo que estaba jugando con Collante (del cual no recuerdo su nombre, solo que tenia el pelo moreno y rizado, y que vivía en Berriozar. Afición en común: los ordenadores), a pasarnos la pelota.
La cosa es que, uno de los dos (no me acuerdo de cual), hace un tiro espantoso, y la pelota se cuela por una de las ventanas de las clases del segundo piso. ¿A que no adivináis quien se asomó por esa ventana acto seguido?.
Efectivamente, lo habéis adivinado. Ella (bueno, mas bien ellas, su amiga Marta también estaba ahí).
No recuerdo si hubo conversación en aquel momento. Si preguntaron algo de la pelota, o si nosotros la pedimos entonces. El hecho es que la pelota no volvió a nosotros.
Sea como fuere, la cosa es que, mas tarde, en el autobús, ella se sentó delante mía. Era mi oportunidad, así que, reuniendo todo mi valor y tratando de ignorar los nervios que me destrozaban el estomago, le toque el hombro. Ella se volvió, y creo que me preguntó algo, posiblemente “¿Que quieres?”.
Tuviese o no lugar la pregunta, se que yo si que dije algo. Mi comentario (o respuesta) debió de ser algún balbuceo acerca si había visto o cogido la pelota que había caído en el aula. ¿Que queríais?, ¿que le tirase los tejos?, si no la conocía de nada.

A partir de aquello, cruzamos alguna que otra palabra de vez en cuando, pero siempre sobre cosas sin trascendencia. Incluso me la encontré un día por la calle, y fui capaz de saludarla y acompañarla durante una parte de su camino (quizás os parezca una gilipollez, pero para mi es un gran logro).
La cosa es que Joseba (un chaval con problemas de espalda obligado a ir en una silla de ruedas, con el cual era uno de los pocos que hablaba) me dijo que yo les gustaba a Esther (que era un año mayor que yo), y a Salomé (que era una especie de mito erótico de los de primero, dada su voluptuosidad, a pesar de que a mi no me atraía). La cosa es que él las conocía de antes, y yo lo había visto hablar con ellas.
Lo cierto es que no le creí (a pesar, o quizás por su problema, Joseba tenía un sentido del humor “muy suyo”, a parte de bastante mala leche y tanta o mas mala idea), y así pasó lo que pasó, o sea, nada.
Y eso es todo. Ya se que no es una gran historia (la verdad es que ni siquiera es una historia). No es que me pregunte sobre lo que hubiera pasado de hacerle caso ni nada parecido. Ni siquiera me preocupé de informarme sobre si tenía o no novio. Sin mas, era una chica muy guapa, y de la que me acuerdo.

Ahora, retomo al tema de los descubrimientos.

Seguimos en mil novecientos ochenta y ocho, en otro (o el mismo, no lo se) mes indeterminado. He decidido ampliar los límites de “mi” Pamplona. Hasta mi, finalmente ha llegado la localización exacta de Ramar “allí donde están los juegos”.
Poco después, tras una investigación de sábado por la tarde, daría con el paradero de Tebeo (estaba cerrado, pero no tardaría en aparecer por ahí entre semana).
Y mas adelante aún, aparecería por casa Cesar Viteri (amigo y compañero de clase de mi hermano Iñigo). Empezó siendo el amigo pelma de Iñigo, y acabaría siendo amigo mio, y el que me introduciría en el mundo de los juegos de rol.

Pero todas historias ya serán mañana. Que me he alargado mas de lo que pensaba con lo de antes.

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