Ecai molaba. Me encanta aquella enorme casa de piedra casa con las escaleras que daban a la puerta principal, y el montón de habitaciones que iba descubriendo con el tiempo (no es que fueran tantas, si no recuerdo mal, eran seis, pero al no usarse todas, los misterios ocultos tras las puertas, fueron apareciendo ante mí como ocasiones especiales). Me encantaba la cuadra con las vacas que ocupaba toda la parte de abajo de la casa. Me encantaba mirar el fuego de la chimenea, y revolver entre las ascuas con la barra de hierro. Me encantaba jugar en el granero (que era otro edificio a parte).
Atención, se presenta ahora una oportunidad inmejorable para mi escarnio publico por parte del publico masculino
Me lo pasaba de miedo con las gemelas (con lo que odio ahora a los críos). Me gustaba jugar con ellas y sus muñecas. Y es que en aquella época, yo quería ser chica. Como lo oís. No es que me gustaran los tíos (creo que entonces ni siquiera pensaba en chicas). Pero lo cierto es que, a pesar de que me cuesta mucho mas coger confianza con ellas que con los hombres, una vez que me siento cómodo con una mujer, su compañía me resulta mucho mas grata que la de un hombre. No tiene nada que ver el tema sexual, no se cual es la razón, pero así son las cosas.
Cada vez que venían los primos de Durango era un acontecimiento (eran los primos “mayores” y siempre tenían historias nuevas que contarnos). Nos lo pasábamos bien chinchando a Oskia, o jugando con ella.
Lo mas curioso del asunto, es que no tengo grabado ningún momento concreto, sino sensaciones asociadas a las distintas cosas que hacíamos allí.
Allí aprendí a hacer tirachinas con un globo y un rulo. A pesar de que (al igual que en Araia) teníamos que ir a la iglesia todas las semanas, no lo recuerdo como nada especialmente pesado (no es que fuera lo que mas nos apetecía, pero tampoco era una carga), y al salir de misa solíamos ir a la sociedad (que creo que solo abría esos días y en fiestas) y nuestros tíos nos invitaban a un tomarnos un batido o un mosto.
Recuerdo ir montado el el remolque del tractor mientras íbamos al campo a recoger los fardos de trigo (nosotros intentábamos subir al remolque los mas pequeños, pero no solíamos ser capaces).
En fiestas se multiplicaba la población del pueblo con el regreso de todos los que vivían fuera y sus familias (y pongo que alguno mas), y se ponía al músico (o músicos) en un remolque (mis padres se conocieron cuando mi padre iba a tocar allí).
Se celebraba también en aquellas fechas el partido de solteros contra casados, y ayudábamos a quitar la mierda de vaca del campo para que se pudiera celebrar el partido (el campo estaba inclinado, se delimitaba con un cordón y las porterías eran tres palos mal sujetos), no faltaba partido en el que el balón no acabase en el río (lugar hacía donde se inclinaba el campo), ni en el que no esperásemos a crecer un poco mas para poder jugar.
También en fiestas, se celebraba en la sociedad la cena “de los mayores”, y también esperábamos con ansiedad el día en el que nosotros pudiéramos participar en aquellos eventos que, para mi imaginación, debían ser como festines medievales, como las cenas que había visto en la viñeta final de los comics de Asterix .
Recuerdo jugar a fútbol en al atrio de la iglesia y subir al campanario cuando se acababa la misa. Recoger renacuajos en los pilones y subirme a la cosechadora cuando no la usaban o, simplemente pasear hasta la entrada del pueblo para luego volver a la casa.
Poseso, que Ecai molaba. Pero algo pasó, no se el que, y de repente dejamos de ir tanto. Lo visitábamos alguna vez, de camino cuando regresábamos de Araia, pero ya no era lo mismo. Ya no nos dejaban allí, ya no íbamos en fiestas, y las relaciones se enfriaron. Y lo cierto es que es una pena. Y me he dicho mas de una vez que tengo que llamar a mis primas (las nenas) para quedar con ellas. ¿Y sabéis que os digo? Que lo voy a hacer.
Nunca debiste contar lo de las muñecas...
No es nada de lo que me avergüence. Muy bien que lo pasaba, oiga.