Larraona Año Uno

Mi primer curso en Larraona fue cuarto de EGB (como os habrá sido fácil de deducir por las columnas anteriores) y ya de buenas a primeras comenzaron los problemas. Yo que me las prometía muy felices por haber estudiado un año de ingles en Alsasua sin “necesidad”, llegue aquí, que se daba ingles desde primero. O sea, que ya empezaba con un retraso.
Para corregir tamaña falla, me apuntaron aquí también a clases particulares de ingles, solo que, no se porque, esta vez no me hacía ninguna ilusión.

Mi profesora se llamaba Amy, y era filipina. Tenía su academia en un portal al lado de la tienda. Lo cierto es que el primer “acercamiento” fue de lo mas chocante. Yo debía tener cosa de diez años, y me mandaron solo (bueno, solo tuve que recorrer sin compañía cosa de diez metros). Como de costumbre estaba invadido por el miedo ante la inminencia de conocer a alguien nuevo, mas aún tratándose de un adulto. Mis manos sudaban mientras subía las escaleras, y la segregación de líquidos no hizo sino aumentar cuando pulsé el timbre.
La puerta se abrió, dejando ante mí a una señora mas bien bajita (aunque algo mas alta que yo), mas bien rechoncha y con un rostro mas bien “masculino” (bigote incluido). Me quede aterrorizado, y no fui capaz de decir o hacer nada, creo que ella me preguntó que quería (lo digo porque sus labios se movieron, aunque no recuerdo escuchar nada). Ante mis completa inmovilidad, la señora volvió a cerrar la puerta.
Al rato recuperé la movilidad, y abandoné el edificio regresando a la tienda con una mortecina palidez inundando mi rostro. Cuando mi padre me preguntó que había pasado, lo único que pude hacer fue balbucear algo sobre un bigote.
Acto seguido, mi padre me cogió de la mano, y en una fracción de segundo nos encontrábamos nuevamente ante la puerta de mis horrores, que no tardaría en abrirse dejando de nuevo a esta señora ante mí.
Tras una breve conversación, entramos, llegando a una habitación de la casa en la que había varias sillas de estas con apoyo para libros, ocupadas por los que serían mis compañeros de clase (de los cuales solo recuerdo que uno de ellos, era el hijo de una de mis profesoras de Larraona que, casualidad de casualidades, había estudiado magisterio con mi madre). La señora que había abierto la puerta no era Amy, sino la señora de la limpieza (supongo).
Al final la cosa no fue tan traumática. Aquel sitio no es que se convirtiera en uno de mis lugares preferidos, pero al menos fui capaz de no necesitar “ayuda” para entrar allí.

La cosa es que al final el ingles no se me dio tan mal, aunque deje otras cuatro o cinco asignaturas para septiembre, algo que se convertiría en un clásico como ya os comenté.

Otra de las maravillas de Pamplona eran los bares y el cine. Los bares por las máquinas recreativas, y el cine por...., pues eso, por las películas.
Curiosidad de curiosidades, ya no me ha hecho falta hacer cálculos raros para saber con exactitud el año de mi “advenimiento” a Pamplona, ya que recuerdo que la primera película que vi en el cine en Pamplona, no fue otra que “Las aventuras de Enrique y Ana”, en los desaparecidos cines Rex. Mirando ahora en la Internet Movie Data Base, he visto que era del ochenta y uno, así que este “misterio” ya ha dejado de serlo.

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Tosko (no verificado)

Hace 20 años

Prefería lo de las Amazonas. Enrique y Ana han sido demasiado y he tenido que reiniciar mi corazón con un par de cables pelados.