¿Quien me lo iba a decir a mí?
Toda la vida creyendo tener las cosas claras, y van unos tipos y te saltan con esto a la tercera de cambio, así sin venir a cuento.
Tú claro, de buenas a primeras como que no acabas de entenderlo. Será cosa de ser primerizo en estas lides. Así que te pones a investigar, y va, y resulta que tienen razón. Que la cosa tiene hasta su razón de ser y todo. Es lo que tiene esto de vivir en una zona en la que algunos dicen que se hablan dos lenguas, y tú eres de los que no habla una de ellas.
Nostalgiar: Verbo inventado, de procedencia obvia, que significa lo que a mi me apetezca.
La nostalgia es, a parte de una perdida de tiempo, una estupidez. Y dado que el ser humano es capaz de grandes cantidades de estupidez y posee una habilidad innata casi ilimitada para desperdiciar su tiempo, podríamos aseverar que, la nostalgia es una cualidad de lo más humana.
Nostalgia: Acción de nostalgiar.
Yo es que no tengo remedio.
Basta que diga que tengo que tomarme esto del blog con más calma, que cojo carrerilla y me pongo a escribir cada una de las noches que me toca trabajar. Y claro, como soy como soy, me da por darle vueltas en la cabeza “vaya, a este ritmo ¿cuanto tardaría en compensar las columnas que no he escrito en los últimos nueve meses? A ver si puedo mantener el ritmo”
Cuando jugaba a Rolemaster, siempre hubo una profesión que me gustaba, la de Rogue (no se como lo traducirían en la versión de castellano)
Recuerdo que una vez me hice uno, pero era bastante frustrante de llevar. Lo bueno que tenía esa profesión es que el coste que tenía para aprender y mejorar habilidades prácticamente dentro de cualquier ámbito era bastante aceptable, pero en contraposición, nunca llegaba a ser demasiado bueno en ninguna de ellas.
Ya lo dice el refrán: Mediocre para todo, bueno para nada.
Ella no era nada. Aquella criatura tenía tanto valor para él como un guijarro, una gota de agua o la hoja de un árbol. Sólo era algo vivo, un instante efímero que desaparecería tras su paso, al igual que todo aquello que le rodeaba.
Destruir no era su elección. Carecía por completo de ambiciones, deseos u objetivos. No odiaba la vida que quitaba, no obtenía ningún placer al hacerlo, no se cuestionaba la moralidad de sus actos.
El era Shaedon, el primer nacido de entre los vástagos de Baal.
El era Shaedon, un medio para El fin.
Somos víctimas y esclavos de nuestros sentidos.
A cada momento somos asaltados por cientos o miles de ataques sensoriales que tratan de hacerse con el control de nuestra atención. Que tratan de “seducirnos” a través de nuestros sentidos.
Y la cosa no estaría mal, o no sería tan mala, de no ser por un pequeño detalle.
¿Sabéis cual?
Acercaos un poco, que os voy a contar un pequeño secreto.
Nuestros sentidos nos mienten.
¿Y sabéis que es lo peor de todo esto?
Todos tenemos máscaras.
Algunas son para ocultar quienes somos antes los demás, y otras para ocultarlo ante nosotros mismos. Algunas las ponemos ahí para tratar mantenernos a una distancia prudencial de los demás, para no acercarnos, o dejar que se acerquen hasta una distancia en la que podamos sentir por ellos más de lo que debemos, queremos, podemos o consideramos que nos conviene y otras para tenerlos cerca, para no estar o sentirnos solos. Algunas están ahí para tratar de encajar, y otras para sentirnos diferentes, únicos.
El ser humano es una criatura social. Por mucho que algunos se empeñen en demostrar lo contrario, por que algunos (demasiados) se empeñen en acabar con la vida de otros, el ser humano necesita de la compañía de otros para sentirse plenamente realizado. Quizás no siempre, quizá no de manera continua, pero si en multitud de momentos y situaciones de nuestras vidas. Por lo general, en los más importantes.
DevilmanAl amigo Go le encanta provocar. Ya desde sus primeras obras se dedicaba (sin ninguna sutileza) a tratar temas hasta cierto punto tabú, o por lo menos controvertidos como el sexo o la violencia explicita (y excesiva)
Despertó en el camastro de una habitación. Todo lo que veía a su alrededor parecía gritar “hospital” (por no mencionar que en las sabanas blancas que le cubrían venía, en efecto, el nombre del hospital en el que se encontraba)
¿Como había llegado hasta allí?
La cabeza le dolía horrores, y el resto del cuerpo le iba a la zaga.
De nuevo miró a su alrededor, esta vez tratando de ignorar el dolor y buscando algún dato más significativo. Pero todo era de lo más clásico. Hospital cien por cien. Como odiaba aquellos sitios.