A los ojos de los humanos aquella gran sala habría parecido vacía, salvo por la imponente figura de Kriig´Shall´Rakunn. Ésta permanecía inmóvil y silenciosa para todo aquel que no poseyera las capacidades comunicativas de los harakani. Pero los sentidos del alienígena en nada se parecían a los de la gran mayoría de las especies que habitaban el Cosmos.
La noche era cerrada sobre Nimaes. Las calles de la aldea estaban desiertas y las únicas luces que alumbraban la ocuridad eran las de la luna oculta tras oscuras nubes y la de las estrellas que la acompañaban.
- Y decían que estaba loco – se dijo para si mismo eufórico – Ya estoy viendo los titulares en todos los informativos: “William H. Kirk llega donde el hombre no ha llegado jamás y nos muestra a los harakani. El rostro tras el mito”.

Ellos habían estado ahí mucho antes de que el hombre llegase al espacio. Primero habían sido descubiertas las ruinas de sus antiguas colonias: Restos de edificios antaño colosales, devastados por el tiempo, la climatología, y la larga guerra que mantuvieron contra los desaparecidos namul.

- ¿Qué tal va esa conversión? – Abner no podía dejar de darle vueltas a aquello.
- Sin éxito por el momento – La dulce voz de Mya, como de costumbre, no daba muestras de prisa – El sistema de archivos que utilizan no se parece en nada al que has desarrollado.
- ¿Qué esperabas? – Ahí estaba Amy, dispuesta para comenzar un nuevo asalto – Tú y tu manía de hacértelo todo “a tu manera”. ¿Acaso creías que por el simple hecho de que tú creyeras que era el mejor camino, todo el universo iba a seguirlo?
- Ha muerto - dijo el doctor.

En la habitación reinaba el silencio. Los dos hombres situados junto a la cama miraban el rostro de la difunta con una mezcla de tristeza y descanso.

- ¿Ha sufrido? - preguntó Udul.

- No - respondió el doctor - Murió mientras dormía.

- Quizás ahora se reúna con mi padre - dijo Udul, mientras acariciaba con suavidad el rostro de su madre - Desde su muerte, no volvió a ser la misma.

- Vuestro padre fue un gran hombre - dijo el doctor - Además de un gran estadista y soldado.

- Se acerca una nave.
La dulce voz de Mya despertó a Abner. Una vez más se había quedado dormido en el sillón de la sala de control. La habitación podía parecer pequeña para los estándares, con todas sus funciones automatizadas y preparadas para ser controladas por una única persona, pero tras sus paredes se encontraba oculta una maquinaria muy superior a la que se utilizaba para dirigir los grandes cruceros.