Creo que ya desde sexto, tenía claro que no quería estudiar. Que acaba EGB y lo dejaba. Lastima que mis padres no opinaran igual.
Puestos a elegir lo menos malo, lo cierto es que yo tiraba mas hacia FP que hacia BUP (quizás porque decían que se estudiaba menos, quizás porque lo veía como algo mas “manual”). Ya para aquel entonces tenía bien claro que acabaría en la tienda, y que cuando esto sucediese, prefería el taller antes que la oficina o la propia tienda.
Es curioso como van apareciendo y desapareciendo los recuerdos. Como nuestra cabeza nos hace creer unas cosas, a base de “eliminar” los recuerdos que contradicen la historia que quiere hacernos creer.

¿A que viene esto?, os preguntareis.

Hay quien dice que los años ochenta son una década para olvidar (hola, Iñigo), pero en lo referente a vídeo juegos, para mi fue la década mas grande que ha existido. Los bares de Pamplona estaban abarrotados con las las maravillas que los japoneses nos traerían a los viciados de las recreativas. Las pantallas de máquinas como 1942, Commando, Kung Fu Master, Ghosts and Goblins, Green Beret, Terra Cresta, Terra Force, Chelnov y tantas otras mas, quemaban las retinas de mis ojos mientras trataba de alcanzar la siguiente pantalla.
Ahí estaba yo, delante de mi “primer” ordenador. Lo cierto es que aquellos juegos me impresionaban mucho mas que las cosas en tres dimensiones que se hacen ahora. Es mas (llamadlo nostalgia si queréis), cada vez que me pongo un emulador, me lo paso mucho mejor que viendo la ultima revisión del Doom.
Lo cierto es que se me hace difícil “catalogar” y ordenar cronológicamente los recuerdos pertenecientes a mi estancia en tan “sacro” colegio. Lo de Alsasua era fácil, ya que pasé por tres distintos, pero con mis “amigos” los curas pasé cinco años de lo mas anodinos.

Hay alguna cosa que reseñar, pero mas que nada anécdotas graciosas relacionadas con los profesores o algún compañero, que vivencias mías directas.

Mi primer curso en Larraona fue cuarto de EGB (como os habrá sido fácil de deducir por las columnas anteriores) y ya de buenas a primeras comenzaron los problemas. Yo que me las prometía muy felices por haber estudiado un año de ingles en Alsasua sin “necesidad”, llegue aquí, que se daba ingles desde primero. O sea, que ya empezaba con un retraso.
Para corregir tamaña falla, me apuntaron aquí también a clases particulares de ingles, solo que, no se porque, esta vez no me hacía ninguna ilusión.
Aquí estamos, ya hemos llegado. Cambiamos una casa por un piso, y estamos flipando. A nuestro alrededor, prácticamente nada. Donde esta la ikastola, solo había barro y arboles. Donde se alza ahora el centro para minusválidos, una explanada con cuatro yerbajos.

Nada mas llegar, conocer a los vecinos (a los únicos que he conocido de todo el edificio), los de enfrente, Miguel Bueno, y su mujer Esther, con su hijo Alberto, algo mas joven que nosotros, y que hacía unos dibujos que me dejaban pasmado.

Pues aquí estamos, en Ecai, el pueblo de mi madre. Si los cálculos no me faltan, son siete casas, una iglesia, varios graneros, dos pilones de agua, y la sociedad.

Lo primero, lo de costumbre, la presentación de la familia. Aunque ya no todos viven allí, los enumero de golpe, y ya los iré presentando con mas detalle según sea menester en posteriores columnas.

Don Justo Lazcoz (mi abuelo)
Doña Juanita Arbilla (mi abuela)

Y llegamos al ultimo capitulo de mis memorias de Araia. Lo cierto es que salvo un par de anécdotas, no me quedan mas recuerdos con una mínima trascendencia que contar.

Empezaremos la leyenda urbana. El camión de los helados.