Estaba yo escribiendo mi nuevo relato (El Místico), cuando ha llegado el momento de definir su, llamémoslo, “filosofía de vida”. Si bien es cierto que, en gran medida, le he otorgado a ese personaje gran parte de mi...
- Jane, es la hora.
La voz de su Inteligencia Artificial personal la despertó. A regañadientes, se forzó a abandonar el catre.
- Me cago en el diseñador de estas putas naves nodriza.
La superficie metálica del suelo estaba helada, como siempre. Aquel contacto la despejó, obligándole a abrir los ojos, y buscó sus zapatillas. Echaba de menos su viejo camarote en la Stiletto. En aquel momento concreto echaba de menos la vieja alfombra situada junto al camastro.
No deja de ser curiosa la manera en la que la gente cataloga las cosas. Como gustan (o gustamos) de poner etiquetas a casi todo.

De acuerdo, hay muchas veces en las que esas etiquetas son, hasta cierto punto necesarias como elemento “comparativo” a la hora de tratar de definir algo, basándonos en elementos o expresiones que consideramos de “conocimiento común”, para facilitar la explicación.

Hay una corriente perpetua en el fandom friki, que es la de los integristas de la continuidad. Esa gente para quien es menos importante la calidad o coherencia de la historia en si, que la fidelidad o no con respecto a algo que se escribió (rodó, o dibujó) con anterioridad.
Lo cierto es que, en cierta medida, yo soy uno de ellos. Me gusta creer en un “plan preestablecido” para las historias. En tener todos y cada uno de los cabos atados y bien atados y bien atados antes de escribir la primera palabra. Antes de rodar la primera escena.
Me refiero al llamado “sentido común”. Ese supuesto derivado de la “lógica” que todo el mundo asume como baremo universal, cuando ni siquiera la susodicha lógica lo es.
Lo se, lo se. Yo también he mentado mas de una vez al susodicho “sentido” bajo el pretexto arriba citado. Pero es que hay frases hechas (aprendidas o inculcadas) difíciles de “deshacer” (o desaprender).
¿Es esto excusa para usarlas?
¡Por los clavos de cristo! NO.
Ha nacido una estrella. Bueno, no. Ha nacido otra cadena de televisión en abierto.
- Julius, nos han alcanzado.
- ¿Ya han llegado?
- O eso, o son unos turistas. En caso contrario, habrá que reconocer que son eficientes.
- ¿Cuántas naves?
- Una exploradora, tres cazas y una Clase VII.
- ¿Una Clase VII?
- Sí.
- Eso significa…
- Sí.
- Fainker.
- Quizás sean unos turistas muy bien equipados.
- Fainker. Joder.
- Parece que esta vez nos hemos llevado algo importante.
- ¿Qué hacemos?
- Podríamos entregarnos.
- Hoy estas gracioso.
- Es un don.
Pues no. No me refiero a las vacaciones (esas que me cogí tan por sorpresa y a traición, que no tenía intención de cogérmelas) de esta semana pasada. Estas vacaciones que lo han acabado siendo tanto, que ni siquiera escribí mi columna del lunes pasado (cuando aún no sabía que me las iba a coger) que iba a llevar este titulo, y que me dispongo a escribir ahora mismo. Hoy (o la semana pasada) toca columna nostálgico friki.

¿Qué es lo bueno que se ha acabado?

- ¡Señor! ¡Señor! – El ingeniero Stulbright no daba crédito a lo que veían sus ojos.
- ¿Qué sucede, Stulbright?
Recuerdo, recuerdo.
Recuerdo la primera vez que hice (o fui participe de) un pedido al extranjero. Sería el noventa y poco. Recuerdo que volviendo de Barcelona, de unos días de juego, en el autobús estaba leyendo un ejemplar de la revista Dragon, que había comprado en Gigamesh, cuando vi una comparativa de tres programas distintos para hacer mapas.