El Cronauta

Por Javier Albizu, 8 Septiembre, 2013
El Cronauta

Tanto la velocidad como la intensidad del ataque habían excedido con creces todo cálculo y previsión que se pudieran haber tomado. Los escudos de radiación se vieron superados con una facilidad pasmosa y todo, pasaje, provisiones, cultivos, animales y agua, se vio afectado. Toda la nave salvo la sala en la que él se encontraba.
Encerrado en su sala, sin comunicación, sin alimentos, sólo, sumido en la oscuridad y el silencio, rodeado de un aire viciado durante tres días, Osamu se limitó a esperar el final con resignación.

Despertó y abrió los ojos. La cámara era algo diferente a lo que recordaba. Más estilizada, más cómoda, más... ¿moderna?
No lo sabía, aún tenía que ponerse al día.
- Así que ha funcionado – la frase, más allá de para resaltar lo obvio, le sirvió para comprobar el correcto funcionamiento de sus cuerdas vocales. Todo parecía indicar que sus tímpanos tampoco habían sufrido desperfectos.

- Confiamos en usted... profesor.
Aquellas eran las últimas palabras que había escuchado de otro ser humano. Palabras pronunciadas por la imagen de su capitán y amigo Kodai a través de la pantalla, antes del saludo reglamentario y la inclinación ceremonial. Antes de que su mirada severa y marcial reflejase el estado de deterioro que mostraba el resto de su cuerpo afectado por la radiación.

- Espero que haya descansado cómodamente – el recibimiento por parte de Samus era el acordado.
- Sí, sí – no estaba de humor par formalismos y se preguntó por qué había establecido aquel protocolo – ¿Año?
- Tres mil seiscientos treinta y siete D.P.C. - algo más de doscientos años desde que se acostó. No estaba mal.
- ¿Número de reintegración?
- Cuarta, señor.

Al cuarto día de su encierro, la energía regresó y supo lo que había pasado, pero las noticias no mejoraron su ánimo. Aún no podía abandonar su laboratorio. Una tormenta solar se había iniciado en la estrella del sistema que estaban atravesando. Una tormenta solar fuera de toda escala. Los ordenadores y las comunicaciones fallaron, los sistemas primarios de gran parte de la Yamato también, los robots dejaron de funcionar, los motores principales se apagaron y uno de ellos sufrió una fuga.
Durante días habían navegado sólo impulsados por la fuerza inercial, mientras la radiación lo impregnaba todo. Sólo las protecciones adicionales que se habían establecido alrededor de su lugar de trabajo, para proteger al resto de la nave caso de producirse un accidente con sus experimentos, le habían salvado de las múltiples exposiciones a la radiactividad.
El gabinete de crisis había actuado con diligencia. Las tareas de purga y esterilización de todo lo infectado se iniciaron de inmediato. Agua, tierra de cultivo, todos los alimentos, ya fueran o no procesados, tuvieron que ser desechados. La fortuna les sonrió en la primera lanzadera que se envió a los planetas cercanos en busca de hielo que convertir en agua y, con suerte algo de lo que poder alimentarse o tierra limpia en la que poder cultivar.

La suma de verificación confirmó que todo estaba correcto. No se apreciaban diferencias entre él y los datos que la maquina obtuvo mientras dormía hacía ya tanto tiempo. Ni anomalías ni degradación a nivel celular o molecular.
- Hurra por mí.

Durante dos días más se vio confinado en aquel lugar esterilizado al que había llamado hogar a lo largo de los últimos meses, alimentado con agua y suero, comunicándose sólo de manera remota con los que se hallaban en el exterior, viendo su degradación paulatina, contemplando cómo iban muriendo poco a poco.
La Yamato, junto a otras seis naves generacionales, partió de una Tierra al borde de la guerra definitiva en busca de un nuevo hogar hacía ya más de tres milenios. Cada una se dirigió hacia una dirección distinta, todas ellas con la misma misión: Encontrar un planeta en el que el hombre pudiera asentarse.
Para la época en la que nació Osamu nada se sabía ya de la tierra o de las otras naves más allá del folclore. La Yamato era su mundo. “EL” mundo. Suyo y de los más de millón y medio de viajeros que la poblaban en el momento en el que les alcanzó la fatalidad. Allí habían nacido y muerto ellos y sus ancestros. Allí residía la última esperanza de la especia humana.

- ¿Situación de los pasajeros?
- Estable. No ha habido nuevas anomalías desde su primer despertar.
- Entonces aún hay tiempo.

Los cuerpos de las personas cuyos conocimientos eran considerados vitales para, en un futuro, poder reconstruir la civilización humana, se fueron preservando antes de que les llegara su último aliento. Hacinadas en una de las bodegas de la nave generacional Yamato, las cámaras de estasis en las que descansarían los últimos supervivientes de la humanidad bajo su custodia.
La misión que se le había encomendado era sencilla, pero era la admisión de una derrota. La gran mayoría de las operaciones de la nave estaban automatizadas, pero algunas tareas aún necesitaban de la supervisión humana. Cuando esto fuera necesario, los ordenadores le despertarían de su crio-sueño. “¿Para qué?” quiso preguntar, pero sabía que la respuesta no le habría satisfecho, así que guardó silencio y asintió.

- ¿Algún progreso con mis estudios?
- Ninguno.

Pero aquella misión era inútil, lo sabía. Postergar lo inevitable, ceder al fatalismo, aceptar sin luchar los designios de un destino que decretaba su final. Pero él era un hombre de ciencia y un superviviente. Por lo que sabía, el último ser humano vivo, y en su mano estaba la única posibilidad de salvación de los suyos. No descansaría hasta haber presentado batalla.
Sólo había un problema: Sus campos de estudio eran la física y matemática cuántica, junto al estudio de nuevas fuentes de energía. No era especialista ni en genética ni en el estudio de los efectos de las radiaciones, aunque aquello era solventable.
En los bancos de memoria de la nave se hallaba todo el conocimiento del hombre. La suma de toda la ciencia humana a lo largo de los siglos, la semilla de la que podría surgir una cura.

- Reproduce la primera grabación, veamos lo que he aprendido hasta el momento.

Pero era un hombre realista. La posibilidad de hallar algo que nadie había sido capaz de encontrar en toda la historia del hombre era muy remota. Necesitaba tiempo. Mucho tiempo. Más que el que era capaz de abarcar una sola vida. Una idea con la que ya había jugueteado antes sin darle mayor importancia.
Preparar y calibrar los escáneres médicos para que tomaran la información necesaria le llevo varios años de trabajo frenético y sus datos fueron grabados antes de saber aún cómo los volvería a materializar. Cómo convertir la energía en materia. Ahora sabía que había sido capaz de resolver aquel problema.

- De acuerdo, demos por inaugurada mi quinta vida.

Por lo que le decía el ordenador, era la cuarta vez que “despertaba”. La cuarta vida que tenía, el cuarto viajero temporal de la historia. Suponía que los otros tres yoes que le habían precedido se habrían visto asaltados por la misma sensación de vértigo, orgullo y desesperación que le invadía en aquel momento. No se sentía otro, no era otro.
De cualquier manera, se alegró de haber tomado la decisión de que la obtención de sus datos se realizase mientras dormía. Pese a saber que era una copia cuántica de sí mismo, Osamu no se sentía extraño. En lo que, para él, había sido una noche de sueño, habían trascurrido dos siglos. Las cuestiones filosóficas y metafísicas de todo aquello las dejaba para los demás... caso de que llegase a haber alguien más.

- Ahora deja de perder el tiempo y ponte a trabajar.

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