La orden de la coherencia universal

Por Javier Albizu, 30 Septiembre, 2014
Como ya escribí hace un tiempo, al menos en mi caso, las historias tienden a comienzan de una manera más extraña y anárquica.
Generalmente comienzan como retales sueltos sin relación aparente para, a continuación, comenzar a luchar entre ellas para hacerse un hueco entre los espacios focales de ese caos entrópico que es mi cabeza.
En el caso concreto que nos trae hasta aquí, todo comenzó con una mala traducción. Una de esas que tanto abundan y que se dedican a sustituir palabras inglesas por aquellas que poseen una mayor similitud sonora en nuestro idioma.
Traduces “Fabric” por “Fábrica” puede quedar como algo medianamente aparente (erróneo pero puede llegar a dar el pego) pero cuando ese concepto va ligado a “Espacio-tiempo”, la cosa ya cambia para convertirse en algo totalmente delirante.
Entonces es cuando entra en juego tu (mi) yo literal y una chispa de vida nace en el vacío neuronal y comienza a desperezarse.
Analizas la idea y te dices “esto da como para un relatillo”. Algo aislado y ligero. Le daremos e intentaremos que su tono sea cómico, ya que nada demasiado serio puede salir de ahí. Lo escribes, lo publicas en la web, y das el asunto por zanjado, o eso crees.

Porque sigue ahí. En la periferia de tus historias tratando de encajar. Tratado de ocupar ciclos de reloj de tu mente mandando mensajes.
- ¿Encajo aquí? - te pregunta.
- ¿Encajo aquí?.
No, tampoco. Sólo eres una idea suelta. Una ocurrencia sobre la que no hay que dar muchas vueltas más. Aunque en ocasiones sientes que estás mintiendo. Podr... comienzas a decir, aunque te detienes a tiempo. No.
Pero con cada nueva historia que se forma en tu cabeza, ella vuelve a preguntar.
- ¿Encajo aquí?.
Hasta que un día cometes un error. Un día respondes... igual sí, y todo se lía.
A partir de entonces ya no es ella quien pregunta. Eres tú quien comienza a interrogarse: ¿Cómo?.

No tienes una historia, pero comienzas a crear un universo alrededor de la idea... sólo para darte cuenta de que ese universo te suena. Esos conceptos ya los habías utilizado, lo que estás haciendo es adaptar este abstracto a “uno” de tus paradigmas previamente desarrollados.
Sigues dándole vueltas y ves que ese no era “uno” de tus paradigmas, sino “EL” paradigma.
No tienes varios, no eres capaz de tenerlos. Según vas tratando de dar lógica y sentido a la idea, lo único que ves es cómo ya formaba parte de tu lógica. De tu forma de entender y estructurar los universos.
Es fácil. Sólo tienes que unir los puntos. “A“ lleva hasta “B” de una manera indefectible.
Es más, ya te habías dado cuenta mucho antes. Como diez años antes de ponerte a hacer de nuevo las mismas elucubraciones cuando hablabas de La teoría de la historia única.
Así que corres a releerlo (y seguramente reescribirlo, porque estará redactado con el culo) pero finalmente optas por dejarlo como estaba. Con sus faltas de ortografía, su redacción deficiente y sus demás defectos. Dejas que esa entrada sea una muestra de quien fuiste y escribes una nueva entrada al respecto a la que llamas... La teoría de la historia única (Redux) (así de original eres), donde vuelves a contar lo mismo, pero con las maneras torpes e insatisfactorias de quien eres a día de hoy... sea cuando sea (y quien seas) hoy.

Y te das cuenta de que sí. De que, efectivamente, sólo tienes una historia, sólo que no es así. En tu ansia de coherencia, quieres que todo encaje.
No, tampoco es eso. Te das cuenta de que intentas que todas tus historias, que todos tus universos se adapten a tu manera de entender la realidad. Que, de alguna manera, por más extraña que sea, sean capaces de decir algo sobre ti.
De tu manera (extraña o personal) de entender la creación y los procesos que llevan hasta ella, de cómo ves la épica y la grandiosidad, la coherencia o el surrealismo, el horror o el humor.
De cómo te empeñas en que todo encaje, aunque no tenga ningún sentido.

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