Palabras desde otro mundo

No creo en el destino. Creo en la casualidad y la causalidad. Creo en la coincidencia y la fortuna. Creo en la persona y su libertad de elección.

Como recurso dramático, el destino es un concepto que siempre me ha gustado (al igual que la reencarnación, otro concepto en el que no creo). Pero nunca me ha gustado el destino como un camino marcado por “otros” por el que la gente transcurre a su pesar. Me gusta el destino como resultado de una sucesión de decisiones. No como colofón inevitable, sino como resultado lógico de las acciones.

Hoy vamos a hacer el recorrido contrario al de la columna de la semana pasada. Empezaremos con unos pequeños toques frikis, para pasar después a mis desvaríos existencialistas y pontificaciones subjetivistas.

Todo comenzó una noche de sábado…

Advertencia: Esta columna va a contener en su interior un alto grado de desvaríos y comentarios frikis de la misma índole (vamos, como casi todas).

Empezamos (en tono comedido).

Damos comienzo aquí al Frikcionario (no, no se trata de esa clase de “Fricción”, guarros).
¿Qué es eso del Frikcionario?.
Por ahora nada.
¿Qué será?
Estooo, a ver si me explico sin dispersarme demasiado (que va a ser que no).

Vale, comenzamos.

Marchando una de decisiones.
Mira que me gusta complicarme la vida a mi solito, sin ayuda de nadie. Tras una semana de arduas deliberaciones, aún estoy dándole vueltas a por donde seguir. Durante casi todo el tiempo, se me había cruzado entre ceja y ceja que iba a volver con la novela “primigenia”. Lo de costumbre, aún no se gatear, y ya me quería poner a correr (otra vez). Si es que los críos somos así.
Decisiones, decisiones. Me cago en las decisiones.
Vale, he conseguido lo que me proponía, he llegado hasta donde quería y blablabla, y lo de aquí y lo de allí, y mira que guay que soy y todo eso. Esto de alcanzar un objetivo es una puñeta…porque a partir de ahí tienes que plantearte otro nuevo (o retomar alguno que tenías por ahí medio olvidado en la recamara de tus neuronas).
Viviendo en casa de mis padres no era de esos que llenan las paredes de posters. Si que compré alguno que otro, pero acabaron almacenados en un armario. De vez en cuando los sacaba, los ponía sobre la cama, y los miraba durante un rato (sobre todo uno dibujado por George Perez con todos los que habían sido miembros de los vengadores hasta aquella fecha)
Lo logré. Prueba superada. Esta hecho. Vine, vi y escribí. No es una obra maestra. De eso estoy seguro (tampoco pretendía serlo). Debe ser corregido, y mucho (de eso, o al menos de parte de eso, nos encargaremos Iñigo, Hugo y yo mismo, mañana).
- Ya estamos en el Sistema Vanth.
- Ya sabes lo qué debes hacer.
Aquello era lo último que deseaba hacer. Regresar al bullicio, a la falta de intimidad, a no tener tiempo para pensar. Verse obligado a moverse sin descanso… y a la posibilidad de ser detenido por los “crímenes” que cometiera setenta años atrás. La gente tenía mala memoria, pero las máquinas no olvidaban nada. Afortunadamente, al igual que los hombres, las máquinas podían ser engañadas.
- Entonces tenemos un trato.
Joseph Crimlain estaba complacido. Aquel no era el nombre por el que lo llamaba la gente desde hacía mucho tiempo, pero él seguía pensando en sí mismo bajo aquel apelativo.
- No me deja mucha elección.
- Esa es la clase de acuerdos que más me gustan - Joseph sonrío y extendió su mano. El presidente Keane dudó unos momentos antes de estrecharla, pero finalmente cedió. Fue un apretón fuerte, prolongado, como si el presidente de la ciudad de Vashul tratara de mostrarse superior a él por lo menos en el aspecto físico.