Palabras desde otro mundo

Pues hoy retomamos mis andanzas por las áridas tierras de la cruz roja.
Recapitulando un poco, al final supongo que la objeción tendría lugar entre el noventa y tres y el noventa y cuatro. Mas no importa (que diría Dick Turpin), un error de calculo lo puede tener cualquiera, y supongo que como estos los tendré a patadas (esto no lo diría Dick Turpin, sino que lo digo yo).

En un principio, el puesto que mas me “interesaba” era el de cabina, aunque con el tiempo me daría cuenta de que tuve suerte de no ser asignado a esa sección.

Que recuerdos. No es que fuéramos a comernos el mundo ni nada por el estilo (mi intención no era esa, y supongo que la de los demás tampoco), pero la ilusión que depositamos en aquellos pedazos de papel.
No es que yo estuviera muy “metido” (ya estaba currando, y aquello lo hacían los universitarios), pero era un proyecto que me encantaba, hasta el nombre y su coletilla me parecía cojonudo El Mercenario, el fanzine independiente que solo se vende por dinero. No me digáis que no de lo mejor que habéis leído.
Antes de escribir la columna de ayer tenía una duda (bueno, mas de una), sobre una serie de eventos y las fechas en las que tuvieron lugar tales sucesos.
Pero como la memoria es así de caprichosa, pues ha tenido que ser hoy cuando recuerde nuevos detalles que van poniendo las cosas en su orden cronológico. Así que vamos a ello.

Momentos laborable-frikis.

Y llegó el día en el que la patria me reclamó, creo que sería entre el noventa y uno y el noventa y dos. Digo que creo esto, porque recuerdo que compre “mi” primer ordenador (el primero que pagaba de mi bolsillo) mientras estaba haciendo la prestación social. Era un 486 DX2 a 66 megahérzios, y mirando por la red, he comprobado que ese procesador salio por aquellas fechas.
(Apéndice a las dos últimos columnas, vamos, que se me había pasado)
Durante mis dos últimos años de estudios, también tuve mi ramalazo deportivo, no porque me quisiera poner cachas ni nada por el estilo (ya había habido antes un amago, al apuntarnos mi hermano Aitor, Cesar Viteri, Eduardo Gomez y yo a un gimnasio), sino porque mi padre me metió en los juveniles del San Antonio.
El balonmano no me había llamado nunca la atención, pero aquello no estaba mal. Siempre que no me hicieran jugar, los entrenamientos no estaban mal.
Había finalizado con éxito FP 1 de electricidad. No se muy bien porque, ni si fue idea mía o de mi padre, pero la cosa es que al año siguiente me apunté a FP 2 de electrónica, idea esta brillante como pocas.
Si mi pericia estudiantil con aquellos de mi “nivel” ha quedado ya harto desmentida, lo que me faltaba era llegar a otra especialidad, que lo único similar que tenía con lo anterior que había estudiado, era la similitud de sus nombres, por todo lo demás eran como de realidades y lógicas opuestas. Así que ya la habíamos liado.
Ahí estaba yo. Ante el que podría haber sido el curso mas fácil de mi vida (solo tenía las asignaturas que había suspendido, ya que las demás estaban convalidadas). ¿Que hice?. Pues el imbécil, ¿que otra cosa sino?.
Nuevo curso, nada nuevo .
Las cosas seguían como él año anterior, salvo porque aquel año las clases ya no se daban en el instituto situado en las afueras del pueblo, sino en uno ubicado dentro de él.
Cuando empecé a pensar en lo que he ido escribiendo en estas columnas (las de mi paso por Beriain), no me dí cuenta de todo lo que había sucedido durante mi primer año allí pero, lo cierto es que, al parecer, fue un año de lo mas “intenso”.
Cesar Viteri.
Lo cierto es que al principio era un tanto incordio. Venía a casa algunos sábados a la tarde (al principio con mi hermano, mas tarde, aunque no estuviera este). Se encerraba en una habitación, y se dedicaba a ordenar los comics mientras yo jugaba al ordenador.
Mas de un día le decía “Oye, que me voy”, y el respondía “Da igual, ya me quedo yo con esto”.
Lo cierto es que ante esta respuesta, no tenía muchas opciones. O le mandaba a paseo, o me aguantaba y me quedaba en casa (tonto que es uno, esto ultimo es lo que hacía).