Macroverso XI Epílogo de una vida.

Por Javier Albizu, 26 Diciembre, 2014
Flota en el centro de la (sus) creación(es).
Su mente es capaz de llegar hasta el último rincón del millón de universos que gravitan y se descomponen a su alrededor, pero no es capaz de ver nada. Ni siquiera es capaz de percibir su propio forma. Tampoco se pierde gran cosa.
- Muero - se dice - vaya mierda - este último hecho ya le fastidia algo más.
No sabe si en este segundo infinito pre/post-mortis, en este limbo mental, sus palabras tienen sonido. Ni siquiera sabe si han sido realmente palabras. Aquí no tiene cuerpo, no tiene pulmones ni cuerdas vocales. Nunca los ha tenido, pero es la primera vez que se plantea esta pregunta. Está tratando de evitar la pregunta que realmente importa.
- ¿Cuánto tiempo me queda? - trata de hablar de nuevo pero sigue sin escuchar palabras.
Esta muerte en concreto no estaba contemplada dentro del amplio abanico de las múltiples maneras de morir que ha imaginado a lo largo de su vida. Demasiado... convencional.
No, convencional no es el término que busca. Trillado, sí, ese es. Demasiado trillada.
Ya no hay voces en su cabeza, sólo quedan él y el narrador omnisciente. Siempre ha pensado que este momento de silencio sería uno de alivio pero ahora que ha llegado sabe que se equivocaba. Anota esta corrección a su larga lista mental de errores de apreciación y continúa con su análisis de la situación.
- Demiurgo - así le llamó Deux Ex, lo cierto es que la palabra le gusta - Vaya demiurgo de los cojones he resultado ser.
Muerto de un disparo, asesinado por una de sus creaciones, por una abstracción hecha carne, se pregunta si al menos habrá sido original en esto.
No quiere pensar en el resto de implicaciones, preferiría morir sin recriminaciones ni autoflagelaciones, pero no lo consigue. Apunta una nueva muesca en su libro. Para estas alturas, se dice, ya debe ser una enciclopedia completa.
- Esto ha sido un suicidio. Un suicidio conceptual. Se puede ser imbécil, y luego se puede ser como tú - ya no le quedan voces internas para martirizarse, voces que pueda fingir que no son la suya propia. Sólo queda él y no cabe escapatoria.
Suicidio. Ha pasado mucho tiempo desde que se planteó activamente el suicidio, pero estos momentos siempre han estado muy presentes en un sus procesos mentales. Quizás en un segundo plano, pero muy presentes.
Se recuerda mirando el vacío en forma de carretera bajo el puente que cruzaba mientras volvía a casa desde el colegio. Se recuerda sujetando el destornillador contra su estómago poco después de recibir las notas.
Trata de buscar algún chiste, distraer su atención de este momento con algún comentario ocurrente, pero no surge nada. Se muere y es por su propia culpa. Eso no tiene ninguna gracia.
- ¿Por qué ahora? - ¿por qué no saltó entonces, por qué no empujó el destornillador? - ¿Es esto lo que siempre he querido pero no me he atrevido a hacer conscientemente?.
No. Sabe que esta es una pregunta con trampa, pero siempre ha sido muy bueno haciéndose daño.
Este lugar se parece mucho a uno de los escenarios bajo los que ha imaginado el estar muerto. Más bien a la única opción que ha sido capaz de imaginar. La otra opción; La Nada, el no-después, la no-consciencia, la no-existencia, siempre ha sido algo que se ha escapado a su capacidad de visionar, lo cual no dejaba de tener sentido en sí mismo.
Encerrado consigo mismo, inmóvil e incapaz de relacionarse con lo que le rodea.
- Solo.
Soledad absoluta, soledad impuesta.
Habrá quien le llore, quien le eche de menos a él, pero sólo añorarán una parte suya. Porque sólo ha sido uno más. ¿Qué ha aportado él al mundo para que sea un lugar mejor?. Nada, sólo palabras, y no demasiado bien organizadas y estructuradas. Pensamientos difusos bajo mal expresados bajo la forma de grafos que nadie las echará de menos. La parte que más se ha esforzado por desarrollar, la que más compañía le ha hecho en sus momentos de autoimpuesta soledad, no habrá servido para nada. Desaparecerá junto con él sin despertar la más mínima emoción o reflexión. Nadie echará de menos al creador de historias. Nadie rebuscará entre sus anotaciones para saber de todos los proyectos que ha dejado inacabados, nadie sabrá de aquellos que ni siquiera comenzó a plasmar como palabras, y esto le enfada.
- Aún no es tarde, aún soy consciente de mi existencia. Aún puedo esforzarme más, hacerlo mejor.
Le invaden la sensación de rabia, y eso, se dice, está bien. Ya no tiene una voz que le diga "No te rindas, no te hundas, lucha" pero sabe que esa voz y ese sentimiento también eran parte de él.
No tiene párpados que cerrar para aislarse de lo que le rodea y concentrarse, así que los crea. Tras estos párpados crea unos ojos, y estos están contenidos en un cráneo unido a un cuerpo que se yergue.
Quiere gritar con sus pulmones renacidos, pero decide no hacerlo. No debe malgastar las fuerzas que tanto le ha costado obtener. Necesita meditar, pensar con detenimiento las acciones a tomar. Adopta una pose estoica y abre los ojos para tratar de contemplar/crear con ellos lo que le rodea, pero no tiene éxito.
Su mente nunca ha visto lo que crea. No conoce los lugares, sólo tiene sensaciones e intenciones; lo que desea transmitir con las palabras. Ahora ve que está realmente solo, no hay nadie, está rodeado de paisajes visualmente genéricos. Trata de forzar su mente pero, pese a que se niega a aceptarlo, sabe que no funciona de esa manera.
- Venga – se dice, y esta vez es capaz de escuchar las palabras – esfuérzate más, hazte más fuerte.
Saber algo nunca le ha impedido intentar lo contrario. Siempre hay una posibilidad de que esté equivocado de que no sepa, sino que sólo crea saber.
- La aceptación nunca ha sido lo tuyo - esas palabras no han surgido de él, esa voz no es la suya. Nota como una mano que se posa sobre su hombro.
- Siempre que sólo dependa de mi, no - se gira y lo ve - El autoengaño tampoco acostumbra a serlo.
- Cabezón.
- Pertinaz.
- Como prefieras.
- Sí.
- Y parece que estoy consiguiendo resultados... aunque no los esperados.
- Achácaselo a tu subconsciente - replica E. Un E falso, lo sabe, creado a partir de los recuerdos de su amigo muerto hace mucho - Lo sé, lo sé, ahora mismo debes estar en un estado curioso y, con toda probabilidad, esto estará sucediendo el el breve lapso que tardan tus sinapsis en desconectarse. Técnicamente estás inconsciente, así que nos encontramos en un terreno un tanto difuso en el que los conceptos de inconsciente y subconsciente pueden ser algo confusos, pero no creo que en estos momentos te apetezca hablar de semántica.
- Nunca fuiste de los de recalcar lo obvio, así que, obviamente, eres yo.
- Una parte de "yo" que adopta la forma de alguien a quien solías escuchar.
- Hasta que moriste.
- Hasta que morí, sí. Pero me alegra saber que algunos de mis consejos duraron algo más que mi vida.
- Saber que no eres tú no hace que me alegre menos de verte - un poco de autoengaño consciente no viene mal de vez en cuando.
- Y bien ¿qué vas a hacer?
- Morir, me temo, pero luchando.
- ¿Contra qué? ¿Durante cuánto tiempo?
- Contra lo que pueda, cuanto me sea posible.
- Eres consciente de que con esto sólo alargas tu agonía. De que no hay un enemigo. De que estás condenado a permanecer aquí, solo.
- Sí, pero lo inevitable no acostumbra a hacerme cambiar de idea, y la soledad ha sido la única mujer a la que he conocido carnalmente. Ya estoy hecho a estas cosas.
- Cuando sueltas frases como esa me entran ganas de golpearte.
- Llegas un poco tarde para eso.
- Te mientes, una y otra vez, y aquí estamos.
- ¿Vienes a decirme que me rinda?
- No, nunca te pediría eso, pero sí que te recomendaría que seas objetivo.
- La objetividad no es posible.
- Pero no por eso tienes que dejar de buscarla.
- Supongo que es cierto, pero no creo que te haya traído hasta aquí para decirme eso.
- ¿Para qué me has traído entonces?
- Supongo que para despedirme. En su momento no tuve la oportunidad.
- Es lo que tienen las enfermedades fulminantes.
- Supongo que... también para pedirte perdón por no mantener el contacto con tu familia, por no haber llegado a conocer a tu hijo.
- Mucho “supongo”. Demasiadas inseguridades que no lo son. Siempre has acostumbrado a “suponer” cuanto no te gustan las respuestas.
- No sólo cuando no me gustan, pero lo que dices es cierto.
- Supongo que... sé que también te he traído para darte las gracias. Gracias por conseguir que cambiase... aunque sólo fuera un poco.
- Eso suena a despedida de verdad.
- Sí, eso me temo.
- Tranquilo, no te voy a abrazar. Sé que eso tampoco es lo tuyo. Que, incluso aquí, incluso en esta situación, tienes una autoimagen que no eres capaz de romper.
- Por más que quiera.
- En estos temas nunca fuiste muy listo.
- Lo sé, ser listo tampoco ha sido nunca lo mío - ha hablado sobre él en pasado, pero no es el momento para corregirle... quizás porque sabe que esa corrección no tiene sentido.
- En ese caso, adiós.
- Adiós.

Solo de nuevo trata de recomponerse. Quiere gritarle al universo, a la misma muerte "Lanza tu mejor golpe", pero no lo hace. No serviría para nada. Es una estupidez.
Se acabó. Las luces se apagan, los personajes callan, el escenario desaparece tras el telón, pero no hay aplausos, no hay público.
- Muero - repite.
En la lejanía los soles se extinguen, ya no queda materia de la que alimentarse. Los universos se colapsan sobre sí mismos, las historias se desvanecen.
- Nunca pensé que sería así - dice mientras contempla el fin.
Trata de hacer memoria, de contener la destrucción, de viajar a alguna de sus creaciones, pero se encuentra solo en medio de la gran nada que lo consume todo. Su mente va quedando desierta de ideas y recuerdos.
- Muerte cerebral, supongo. Sí, tiene sentido.
Trata de mantener la pose estóica, de analizar la situación con frialdad, de frenar la ola devoradora, pero no se trata de algo sólido, de algo a lo que atacar o de lo que defenderse. Sólo quedan él, el narrador omnisciente... y la recriminación.
- Las pistas estaban ahí, tendría que haberlo visto venir - los malos recuerdos acostumbran a ser los últimos en desaparecer - Idiota, idiota, idiota - la rabia sigue ahí, pero la cordura que la contenía se va desvaneciendo. La ira se ha apoderado de todo.
Vuelve al puente, vuelve a estar sentado en su habitación con el destornillador. Un salto, un empujón y se habría ahorrado incontables momentos de dolor... y de lo demás. Pero lo demás ya no está ahí para darle fuerzas, para decirle que sí que mereció la pena vivir.
- Tendría que haberlo hecho entonces ¿por qué he esperado tanto?
Miedo, certeza, quizás esperanza. Ya no se acuerda.
- Supongo que ahora por fin sabré si tenía razón.
Se miente y eso es lo único que tiene claro. La nada no sabe, la nada no es.
Ya no quedan imágenes, ni siquiera la percepción mental de su propia forma. No quedan lugares a los que moverse ni un cuerpo con el que hacerlo. Sólo conserva fragmentos dispersos de lo que más teme, aprecia y aborrece de sí mismo; su mente.
- Así no.
Con sus últimas reservas de orgullo se convierte en un gigante que lanza puñetazos al vacío, pero esta vez no depende sólo de él.
- ¡VAMOS! - ahora sí, quiere gritar - ¡VEN Y LUCHA! - pero ya no surge ninguna voz.
Las palabras carecen de nuevo de sonido pero siguen ahí con sus significados. También puede sentir como vuelven rápidamente las sensaciones de pánico e indefensión que tanto detesta. Poco a poco, incluso la rabia desaparece. Se esfuma junto a los malos recuerdos, la recriminación y él.
Al final sólo queda el narrador, pero ya no hay una historia que contar.

El contenido de este campo se mantiene privado y no se mostrará públicamente.

Plain text

  • No se permiten etiquetas HTML.
  • Las direcciones de correos electrónicos y páginas web se convierten en enlaces automáticamente.
  • Saltos automáticos de líneas y de párrafos.