Biografía computeril: PCverso V (Interludio consolero)

Por Javier Albizu, 22 Abril, 2010
Ya era un tipo serio y adulto.
Había dejado de estudiar, y al día siguiente ya estaba currando. Había abandonado los ordenadores “para jugar” y tenía a mi disposición todo un señor Pecé.
Bueno, el PC estaba en la tienda, con los instrumentos MIDI, y yo aún rondaba por el taller donde había un Mac Classic (que, pese a ser pequeñito, aún así molaba) donde podía hacer el maula con el Paint, o meter cacharros en el inventario hecho con Filemaker.

Por otra parte, en casa seguía estando la Mega Drive, pero la pobre estaba un poco de capa caída. Sí, de vez en cuando caía un Golden Axe o un Altered Beast, pero eran muy esporádicas. Mi faceta lúdica habían sido prácticamente copada en su totalidad por los juegos de rol tradicionales.

Pero claro, uno puede aparentar ser un tipo serio, cabal y maduro, pero no deja de ser lo que es: Un maldito adicto (por decirlo de una manera suave) al ocio electrónico (entre otras muchas cosas)
Si a esto le añadimos que empiezas a tener unos ingresos superiores a los que habías tenido hasta entonces, todo lo que no se iba en pedidos a Gigamesh, visitas a librerías a la busca y captura de los tebeos que saliesen esa semana, vídeo clubes, cines o guarradas diversas para comer (la verdad es que si me hubiese cortado un pelo con los gastos, igual ahora estaba forrado) se iba en revistas de ordenadores.
Como habéis podido comprobar, en esa lista, o sobra algo, o falta algo.

Seguía comprando revistas, pero ya no compraba juegos (ni originales ni piratas)
Después de las decepciones de los juegos “jot” que me había comprado siguiendo los consejos de las revistas, y comprobar que las tendencias no parecía encaminarse hacia nada mejor, mi destino parecía encaminado a la abstinencia.
Más ¡NO! Al final del túnel resurgiría alguien que no me había fallado. Un aliado para aquellos tiempos complicados. Cuando no parecía quedar vida más allá de los FPS, de los juegos de crea tu pueblo, tu nación o tu dimensión. Cuando me encontraba rodeado por vídeo aventuras y simuladores. Cuando todo atisbo de diversión electrónica parecía haber desaparecido, una luz iluminó el horizonte.
Y aquella luz divina provenía, por supuesto, de SEGA, cuyo avatar terrenal en aquellos complicados tiempos fue pequeño, pero no por ellos menos poderoso. Os estoy hablando de la colosal Game Gear.
Aquello no dejaba de ser una versión portátil de la Master System (es más, llegarían a sacar un adaptador para poder conectar los juegos de esta consola en su hermana pequeña. Cacharro que, por supuesto, también me compraría) pero era un cambio a mejor. En aquel erial de “modernidad”, pseudo tres-dé y clones del Populous, a los que se le sumaría el advenimiento del PC Futbol y sus mil y un seguidores, resultaba un pequeño y plácido (y, porque no decirlo, retro) oasis de éxtasis digital (nunca se es demasiado joven para ser un viejo gruñón)

Así que, como no podía ser de otra manera, uno de mis primeros sueldos se destinó a la adquisición de aquel místico artefacto de gozo y pasión.

Vale, quizás no todos los juegos eran gloriosos (y al precio al que estaban, tampoco estaba la cosa como para excederse, que uno tenía un sueldo primerizo) pero primaba lo que primaba: Plataformas y arcade. Lo que mola.

Además, también sacaron un sintonizador de televisión para la consola (que también me compré)... que consumía tantas pilas como un una nave espacial para despegar y tenías que andar resintonizando cada vez que te movías dos metros (y eso, en un aparato pensado para ser “portátil” es decir mucho. No veáis que viaje me dio hasta Barcelona en el tren)
Vale, sí, igual la Game Boy de “la competencia” (que había salido unos años antes) tenía más juegos, más cacharros, más publicidad y era más barato. Vale, los juegos también eran del mismo estilo, sencillos y “casuales” (aunque casi todos estaban impregnado con la estética Nintendera, lo que entonces y ahora, me ha echado bastante hacia atrás) Pero aquello era “juguetito para niños” que no se podían ni comparar. Por no tener, no tenía ni color.

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