Biografía computeril: PCverso X (Y empieza el baile)

Por Javier Albizu, 3 Agosto, 2010
Era joven e inexperto y el tipo era un conocido de mi padre (empezando así, esto parece el comienzo de un relato de relaciones poco adecuadas, pero tranquilos, mis traumas nada tienen que ver con cosas de esas)
El tiempo pasaba, y la familia de ordenadores que tenía a mi disposición iba ampliándose y mutando.
El tres ocho seis del trabajo digievolucionaría a pseudo pentium a setenta y cinco megahercios, y digo pseudo, porque me timaron (a cuento de esto venía el párrafo de introducción)
De todas formas no me enteraría del engaño hasta un tiempo después, cuando el disco duro (¡DE UN GIGA!) se fastidiase y el amigo que me lo reparó me lo comentase. Llenos de justa ira miraríamos la factura a ver si podíamos reclamar algo, pero sólo ponía “Ordenador a setenta y cinco megahercios” El hombre, por teléfono me aseguraría que él nunca había dicho que nos había vendido un pentium, así que ante un plan de horas de discusión estúpida, optaría por colgar cuando veía que el ciclo de monólogos comenzaba su segunda fase.
No sé si aquel incidente alimentaría mi desconfianza ante los ordenadores “pre-montados”, pero la cosa es que, entre esto y lo que nos pasaría unos pocos años después con la siguiente tanda de equipos “te-los-vendo-como-están” todo el parque de ordenadores personal, de amigos y del trabajo lo he ido montando pieza a pieza.

Pero claro, mi confianza electrónica aún se estaba desarrollando, la información de la que disponía para meter mano entre la circuitería era más bien escasa, y las máquinas eran demasiado caras como para andar practicando método de prueba y error.

Con aquel ordenador vendría otro cachivache nuevo: Un escáner no-se-qué.
A ver, que sí que sabía que era aquello, pero era lo que más fácil me salía cuando trataba de decir el tipo de conexión que utilizaba. Porque en aquellos tiempos, como que “escasi” no me decía mucho a mi ni a casi nadie que se lo dijese. Así que, entre la traducción/vocalización de SCSI que me salía entonces (que era... pues eso; ese-cé-ese-i) o decir “Un palabro u acrónimo guiri que no tengo ni idea de como pronunciarlo y que tampoco me dice nada” pues optaba por el camino de en medio.
Pues bien, gracias a aquel artefacto iba a cargarme los lomos de mis libros de ilustraciones de TSR y artistas diversos, y realizando retoque cutres con el Picture Publisher que venía de regalo.
Aquello era un tanto agónico y casi te costaba tanto dibujar a mano aquellas imágenes que lo que tardaban en ser escaneadas. Además, luego tenías que andar comprimiéndolas y partiéndolas en cachitos para poder pasarlas a otro ordenador (y rezar para que los discos no se jodiesen en el trayecto) así que útil, lo que se dice útil, no era en aquel momento (pero todo llegaría)
De todas formas lo que me encantaba de aquel cachivache era trastear con los interruptores de la controladora, mirar el manual y aquellos números en hexadecimal (que tampoco me decían nada) y cambiar la configuración una y otra vez (no me miréis así, cada uno tiene sus vicios, aunque luego el maligno señor Gates me robase ese placer)

Por otro lado, mi pequeñin (el de casa) también se haría mayor. De cuatro ocho seis mutaría en pentium noventa. No, aún no me tocaría a mi pegar el salto, sino que confiaría en otras manos expertas. En aquella ocasión, las manos que obrarían el milagro serían las de algún técnico de una tienda valenciana que se anunciaba en los tochos semanales de la “Guía de compra de ordenadores”
Fue tan sencillo como empaquetar mi über torre, mandarla por transporte, que me llamasen por teléfono preguntarme si las tripas de mi ordenador tenían que estar revueltas, cagarnos en los muertos de Seur, y recibir mi flamante viejo ordenador con un nuevo interior.

En el ámbito de la gestión empresarial, cambiaríamos del Bull con su vetusto Unix y pantallas en fósforo verde, a un servidor Fujtisu con sus terminales tontos funcionando bajo Theos y su flamante... monocromo y un programa de búsquedas que era un dolor (en fin, que le vamos a hacer). Más adelante (mucho más tarde, más concretamente en el nuevo milenio, cuando me lo llevase a casa) descubriría que el “flamante” súper-servidor un cuatro ocho seis. Con arquitectura propietaria de Fujitsu y que sólo aceptaba su propia (y obscenamente cara) memoria, pero no sé que me da que nos la volvieron a colar (malditos, malditos, informáticos) (Ups, igual no tendría que haber dicho eso) Pero bueno, que le vamos a hacer.

Para terminar de redondear el asunto, mientras todo esto sucedía, en una trama secundaria, algo sucedía en la oficina que ocupaba mi hermano dentro de la tienda. Algo terriblemente misterioso que tendría cataclísmicas e inesperadas consecuencias a nivel universal. Llegaba un nuevo inquilino electrónico hasta el negocio. Nada hacía pensar que aquel pequeño pentium cien ocultase en su interior (bueno, en realidad en su exterior) aquel terrible poder. Porque conectado a su puerto seria había un misterioso artefacto: Un módem (externo)
No, en aquel momento no relacionaba aquello con el cacharro que usaban en Juegos de guerra (... no tenías que colgar el auricular del teléfono encima) pero pronto. Muy pronto, se desencadenaría todo su potencial.

Pero bueno, para eso habrá que esperar un poco, porque en la siguiente entrada volveremos a tropezar con la piedra de costumbre.

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