Biografía computeril: PCverso IV (MondoMIDI II)

Por Javier Albizu, 29 Marzo, 2010
Habíamos dejado la cosa con el nacimiento de la segunda generación de tarjetas de sonido para ordenador: La mítica Soundblaster.
Y ahora damos otro pequeñito salto hacia atrás, porque lo que muchos utilizaban solo para conectar el joystick, en el noventa y dos acabaría siendo algo más.

En el ochenta y cuatro, Roland había creado un interface externo para los ordenadores NEC PC-94. Esta caja dispondría de entrada y salida MIDI, así como de entrada y salida de cinta y sincronía MIDI.
¿Para que servía todo esto?
Muy sencillo.
En aquellos lejanos tiempos, los grabadores multipistas domésticos, como mucho disponían de cuatro pistas. Esto quiere decir que grabar a tu grupo era algo harto complicado.
Claro, podías utilizar uno o varios sintetizadores para, por arte de magia digital poseer dieciséis pistas más, con lo que sin comerlo ni beberlo te encontrabas con un sistema de grabación bastante más completo.
La cosa habría sido perfecta si, a la hora de sacar la mezcla definitiva, andabas bien de reflejos para dar al “play” al mismo tiempo en los dos aparatos. Sino, tu canción se podía convertir en algo un tanto psicodélico.
Para eso servían las cajas de sincronía; sacrificabas una de tus escasas pistas de audio, para grabar los datos que permitirían a los maquinas trabajar al unísono (bueno, más o menos)
Aquella cajita recibiría el nombre de MPU-401.
Más adelante la misma Roland había sacaría más tarjetas-interface MIDI para PC, entre las que se incluiría en el ochenta y ocho la LAPC-1 (tarjeta que, aquí, servidor de ustedes poseyó) que, aparte del interface MIDI, también poseía un banco de sonidos propio, en este caso el MT-32 de la misma Roland.
Como calidad de banco de sonidos, esta tarjeta les daba sopas con onda a la Adlib o las de Creative, pero tenía un problemilla (uno minúsculo, pequeñito pequeñito) El orden de los sonidos no era el estándar.
Y es que, claro, ese era uno de los problemas del MIDI en aquellos tiempos; los estándares aún se estaban creando, y cada uno quería imponer el suyo.
Los músicos hacen las canciones con su sintetizador, y los sonidos que tienen ellos no tienen porque coincidir con los del aparato que tienes tu. Vale, hasta aquí aceptamos barco. Pero hete tú aquí que la cuestión no trata sobre que el “piano” de su sinte suene distinto que el del tuyo. El problema viene cuando tú “invocas” un sonido en un sintetizador, no estas llamando al “señor piano” para que venga a escena, sino que estas llamando al sonido número X (no, al diez no, sino a un número concreto) que, en tu aparato se corresponde con “piano”.
Así que, si el compositor llama al sonido dos (digamos, piano) y en tu aparato el numero dos corresponde a una balaláika... habemus problemo.

Cuando se fabricó la tarjeta, aún no se había establecido un orden de sonidos “común”, pero para cuando me hice con la LAPC-1, ya se había creado ese estándar, al que llamarían “General midi”
Así que tenía una tarjeta con unos sonidos mejores que los de las tarjetas, llamémoslas “comunes”, pero que no me servía para gran cosa. ¡YUPI!

Pero bueno, abandonemos mis lloriqueos personales, y continuemos con la historia que os estaba contando.

Los protocolos que habían implementado para aquel aparato (el MPU-401 que os comentaba antes) se acabaría convirtiendo en un estándar de facto para la informática musical de los Pcs y comenzaría a emular y utilizarse en las tarjetas de sonido de otros fabricantes. Creative los incluiría en el noventa y dos para su Soundblaster 16.
Así que con una tarjeta “barata” podías tener las funcionalidades de una de las de “las ligas mayores” (bueno, no tenías las entradas y salidas de cinta o la sincronía, pero las funcionalidades más usadas se encontraban a tu disposición)
Estas tarjetas también vendrían con un banco de sonidos “General midi” (que sí, que vale, que los sonidos eran un tanto de aquella manera, pero las necesidades básicas estaban más que cubiertas) así que cualquiera podía hacer sus pinitos en aquello de la composición musical en la tranquilidad de su casa (que no era mi caso, pero sí el de mis clientes)
Luego la cosa fue a más, y Creative en el noventa y ocho terminó comprando a la compañía Ensoniq (fundada, entre otros, por Bob Yanes, diseñador del chip de sonido SID de los Commodore), fabricante de samplers y uno de sus competidores en el mercado de las tarjetas de sonido, un poco mas caras pero bastante mejores. Para terminar fundiéndose con E-mu, uno de los fabricantes con más renombre en el campo de los módulos de sonido con los míticos “Proteus”

Por su parte Roland intentaría hacer la competencia con tarjetas como la RAP-10 (que aparte de un banco de sonidos Geneal midi, también disponía de capacidad de reproducción y grabación de audio, aunque no era todo lo compatible que podía desearse con los juegos) y más adelante con varios módulos de sonido “virtuales” por software, pero que tenían severos problemas con el consumo de recursos de la maquina y los retardos.

A día de hoy, ver un ordenador sin una tarjeta de sonido integrada se nos hace impensable, pero ya veis que el camino hasta aquí ha dado algún que otro rodeo.

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