Biografía computeril: 16 Bits II (Malos tiempos para la lúdica)

Por Javier Albizu, 29 Marzo, 2009
Ya os comentaba, en alguna de las anteriores entradas, que el cambio de generación binaria no significó, implícitamente, un salto cualitativo en lo que a la experiencia lúdica se refería.
Así como recuerdo montones de juegos para las plataformas de 8 bits, con los que me lo pasé en grande jugando, apenas recuerdos media docena a los que jugase en el Atari más de una partida. Es más, para más INRI, dos de estos juegos ya los había jugado en su versión de Commodore: Airborne Ranger y Pirates.

Ya os comenté en la anterior entrada que la distribución de juegos (iba a decir programas, pero, en mi caso, no dejaría de ser un eufemismo) para el Atari no era especialmente boyante por Pamplona. Aún así, pronto descubriría otros (ejem) “métodos” para obtenerlos.
En efecto, mi camino se desvió hacia la ilegalidad. No se trata de que, antes de aquello, no hubiese catado las mieles de la piratería. El los tiempos del MSX me hice con más de un volcado de cartucho a cinta, pero aquello era distinto; nunca había pagado por un juego no-original.
La cosa es que, la precariedad de medios monetarios y materiales hizo que aguzáramos el ingenio (iba a decir que nos obligó, pero eso no dejaría de ser otro eufemismo)
Para seros sincero, la verdad es que no recuerdo a través de quien logré contactar con “ÉL” pirata y digo “ÉL” porque solo hubo uno (de verdad, señor juez)
Supongo que lo localizaría gracias a alguno de los amigos que también tenían Ataris aunque, cabe la posibilidad de que obtuviese si teléfono de la sección de anuncios de la Micromanía. Viniese de donde viniese la información, lo que cuenta es que al final accedí a aquel nuevo mundo.
Aquello, en un principio era una maravilla. No tanto porque los juegos saliesen más baratos que originales (que lo eran, y mucho) como por la inmediatez con la que podía conseguirlos con respecto a la publicación en su país de origen.
Al abandonar el Commodore 128 también abandoné la Commodore User, pero continuaba comprando la Computer + video games y, cuando se ponía a tiro, la Computer gaming world. En estas revistas, aparte de bastantes páginas más, también aparecían títulos que jamás llegue a ver en las tiendas, o en las revistas españolas, pero que si que podía conseguir gracias mi (ejem) contacto telefónico.

Así lograría jugar a juegos como el Bards Tale, Curse of the azure bonds o el Pool of radiance, aunque nunca llegue a hacer gran cosa con ellos.
Del Bards tale había escuchado montones de historias de amigos que lo tenian para PC y Amiga. Gente que se dedicaba a hacer cosas que a mi me sonaban poco menos que a magia como editar los personajes y trampearles los puntos de vida, o conseguir que un Golem de piedra les acompañase como parte del grupo.
Como a mí todas esas cosas me quedaban un tanto grandes, me dedique a hacer otros pequeños apaños para que el grupo pudiese avanzar. Mirándolas desde el punto de vista rolero eran un tanto aberrantes, pero en el ordenador colaban sin problemas.

Atención, momento batallita del abuelo cebolleta.
Lo primero que hice fue crearme un guerrero hobbit, repitiendo las tiradas hasta que me coincidían la destreza máxima con los puntos de vida máximos y una fuerza medio decente.
Después de esto, creaba montones de personajes para el grupo a los que, tras hacer que le diesen su dinero de salida al hobbit, borraba.
Cuando el hobbit tenía el dinero suficiente, le compraba una coraza y una alabarda. No tratéis de imaginároslo, ya se que es una imagen de lo más patética.
Muy bien, tenemos una cosa de menos de un metro acorazada y con un arma que mide dos o tres veces más que él.
¿Qué hacemos?
Lo sacaba a la calle y lo llevaba a dos lugares concretos que había cerca de la posada. En uno de ellos había un samurai, y en el otro un Golem. Después de acabar con ellos regresaba a la posada a descansar y, al día siguiente, volvían a estar ambos en el mismo sitio dispuestos a ser humillados, mutilados y ejecutados, día tras día, por nuestra abominación acorazada.
Poco elegante, lo sé, pero increíblemente práctico.
Cuando nuestro hobbit había subido cuatro o cinco niveles gracias al sacrificio cuasi-ritual de aquellos dos pobres desgraciados, me hacía un personaje mago y lo sacaba de paseo con el tanque de medio metro, a visitar a sus dos viejos amigos. Una vez allí, el hobbit pegaba y el mago se defendía. No importaba, los puntos de experiencia se repartían a partes iguales entre ambos.
Repitiendo esto hasta unos niveles rallaban en la más completa e infinita absurdez, terminábamos teniendo un grupo de personajes medianamente competentesc dispuestos a ser exterminados entre gran dolor y sufrimientos en las catachundas que había bajo los templos.
Vale, ya dejo la batallita y continúo.

Mientras practicaba mi faceta de rolero aberrante y solitario en el Bards tale, aproveché más de un día para quedar con un par de amigos y jugar en modo “cooperativo” a los juegos de SSI.
Cada uno de nosotros creábamos un par de personajes y luego nos dedicábamos a discutir hacia donde los encaminábamos en el mapeado del juego, y que hacía cada uno de ellos en los combates (con resultados, generalmente, esperpénticos a la par que hilarantes)

Y… básicamente eso es todo lo que hubo de bueno con el Atari. A los anteriormente citados podría añadir otros grandes juegos como el Zanny golf, los Rick Dangerous o el Another World (del que no me cansaba de poner a todo el mundo su intro) pero todo lo demás era un aburrimiento supino.
Descubrí que, por lo general, los criterios de las revistas inglesas coincidían con los de las españolas (o que las distribuidoras se empeñaban en promocionar lo mismo en todas partes) y que seguían sin ser compatibles con los míos. Ni el Populous no el Mega Lo Mania me dijeron nunca nada, igual que me han aburrido sus descendientes.

Menos mal que los 16 bits también tuvieron entre sus filas a la MegaDrive, pero eso os lo contaré en la siguiente entrada.

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