Biografía fabuladora LII: Los días bárbaros

Por Javier Albizu, 12 Marzo, 2023
Hace unos meses, durante el proceso de relectura de los tebeos y libros que tengo por casa, me di cuenta de algo que se me había escapado. Cuando a principios de año llegaba hasta los tebeos que conservo de Conan, me di cuenta de que entre ellos no hay ninguno (ninguna grapa, aunque sí unos cuantos de la segunda edición de Super Conan) publicado antes del noventa y dos1.

Esto no quiere decir que no empezase a comprar estas colecciones antes de aquellos números, sino que, durante alguno o varios de los distintos procesos de “venta de material para hacer sitio en la habitación (y para sacar algo más de dinero con el que comprar más material y volver a llenarla)”, estos números fueron considerados “prescindibles”.

Con esto... ¿qué tienen de especial aquellos números?
Algo muy sencillo, volvía Roy Thomas2 a los guiones. Con ello, aquellas colecciones dejaban de estar compuestas por historias autocontenidas para convertirse en “aventuras río”. Tanto es así que, cuando terminaba la colección de “Conan el Barbaro”, aquella trama se continuaría (un poco de aquella manera) en “La espada salvaje de Conan” hasta que esta colección también cerró.

Por otro lado, he de reconocer que había ido retrasando la relectura de los tebeos del bárbaro de manera más o menos intencionada desde que en dos mil veinte comencé con el repaso del material que tengo por casa. Y lo había hecho porque me daba un poco de miedo lo que podía encontrarme ahí. Unos temores que, en gran medida, han resultado estar bastante justificados.

Porque, por un lado, empecé por el principio. Por las historias de los setenta (que volví a comprar tiempo después en las reediciones que salieron). Con esto, y por más entretenidas y “clásica” que puedan llegar a ser estas historias, en momentos la lectura ha sido algo incómoda. Conan ha pasado a convertirse en un personaje bastante desagradable ante la mirada del cincuentón que soy a día de hoy. En alguien que se distancia mucho de los recuerdos que conservaba de mis lecturas de juventud.

Por supuesto, esas historias no han cambiado desde entonces. Quien lo ha hecho he sido yo.

Por otro lado, si hago memoria, no me cuesta encontrar similitudes y paralelismos entre lo que se contaba en aquellas historias y el papel que representábamos muchos en nuestras primeras sesiones roleras. La búsqueda del combate para resolver cualquier situación. Acabar con “el malo”, el saqueo, la extorsión o el robo como modos de vida. El desprecio más absoluto por la vida de los personajes no jugadores (algo que también podría ser aplicable a la vida de los propios personajes que llevábamos). Entender a las mujeres como mero elemento estético. Llámalo edad, hormonas o contexto cultural, pero la realidad es que las diferencias entre lo que se podía encontrar uno en una sesión cualquiera de un juego fantástico y las que aparecían en estos tebeos o en los relatos pulp más rancios eran mínimas.

De cualquier manera, y aunque aún me queda algún que otro millar de páginas por revisar, lo que es innegable es el impacto que estas y otras narraciones tuvieron sobre nuestra manera de construir historias. Dentro de los casi trescientos tomos y grapas que he releído, y de las cosa de quince mil páginas que ya han vuelto a pasar por delante de mis retinas (en muchas ocasiones, de manera un tanto diagonal) soy capaz de ver mucho del primer Daegon (al igual que de mis partidas de Warhammer y Ravenloft de aquellos días). Mucho más de lo que recordaba o quería atribuirles.

Porque yo iba a ser...
“Alguien original”.
“No haría lo mismo que todo el mundo”.
“No cometería los mismos errores que ellos”.
“Dominaría el mundo y no me volvería loco”.
En fin.

Volviendo al tema, veo que nos movíamos en mundos diminutos. El tiempo, el espacio o la ética eran conceptos difusos y, en su gran mayoría, irrelevantes si entraban en conflicto con lo que queríamos contar (o los intereses de alguno de los participantes). Las culturas que conocíamos apenas se diferenciaban las unas de las otras más allá de los clichés exóticos sobre los que se habían construido. En una apariencia de diversidad que ocultaba la nada más absoluta.

No. No habíamos ido ahí para hablar de economía, sociología o geopolítica. Queríamos tesoros, emoción y aventura. Y esto, en sí mismo, no es algo malo.

A su vez, según fuimos creando nuestras propias maneras de construir narraciones, estos elementos que habíamos ignorado o despreciado en primera instancia, lentamente fueron formando parte de nuestros pequeños mundos.

A partir de un momento indeterminado, los viajes no consistían únicamente en sucesiones de encuentros, sino que iban requiriendo de dinero para provisiones. Lo mismo pasaba con los “sistemas abstractos” de experiencia, que pasaban a depender también de maestros que querían cobrar. Lo que tenías debía estar en algún lado. Te lo podían robar. El tesoro dejaba de ser una serie de números que se acumulaba en tu hoja de personaje para adquirir una nueva relevancia. La gente con la que te cruzabas (y no matabas), pasaba a tener “otro peso” según se iba haciendo más complejo el mundo en el que te movías. La épica y la grandeza se mezclaban con el costumbrismo, la amistad (no solo entre personajes jugadores), el regateo y la mezquindad.

Nosotros crecíamos y también lo hacían nuestras inquietudes, preocupaciones e historias. Algo que también pasaba con las cosas que leíamos.

Volviendo a nuestro amigo el bárbaro, es muy posible que fuese también alrededor de este noventa y dos que estrenamos que me hiciese con la que es mi etapa favorita de sus historias; las que se narraban en Conan Rey3.
Porque, aunque sus historias comenzaron a publicarse por estos lares en el ochenta y cuatro, y terminaron en el noventa, yo no me hice con ellas hasta que alguien tuvo a bien vender a T.B.O. la colección completa que compré con posterioridad.

Curiosamente, dentro de estas historias, las que menos interesantes me han resultado desde siempre han sido las que guionizó Thomas. Hasta que él y Doug Moench no fueron sustituidos por el trío de autores que lo liaron todo4, la cosa no terminó de engancharme. Eso sí, menudo pifostio que montaron entre los tres.

Porque Zelenet se sacaba de la manga dos nuevos hijos para Conan que no habían existido hasta su llegada. Creaba también a personajes nuevos como los Dragones Negros, Lysander, la Reina Aylet o los barones Aemilius, y Maloric. Incidiría en tramas políticas por encima de la lucha contra monstruos (aunque también los hubiese).

Luego llegaría Kraar con un poderoso giro de cintura que hacía desaparecer de un plumazo gran parte de lo que había hecho Zelenet, pero creando a otros personajes como Deryk, Rufio, Servius Gallanus o el jefe de los hyperboreos (que me dio una de mis frases favoritas de Conan “mire a un enemigo a los ojos y me vi a mi mismo”).
En una etapa un tanto irregular que se prolongaba durante más de treinta números, pero que me daba una caracterización del “Conan viejo” que lo hacía más interesante. Que lo presentaba como alguien complejo y contradictorio (y no siempre agradable, “simpático” o “el bueno”).

Para rematar la colección, llegaba Owsley, que viajaba atrás en el tiempo para recuperar las tramas que había dejado abiertas Zelenet, y que Kraar había ignorado completamente. A su vez, ignoraba lo que había hecho Kraar, con lo que, a pesar del interés de las historias, la cronología quedaba totalmente rota.

Ahora, y con un poco más de conocimiento, soy capaz de ver cosas que se me habían escapado en su día. Me he fijado en que Owsley fue el editor de la etapa de Zelenet, y que ya no aparecía en ese rol durante la de Kraar (en la que fue sustituido por Larry Hama). No sé qué pasaría entre bambalinas, y supongo que no llegaré a saberlo nunca, pero (tras realizar unas cuantas búsquedas sin dar con nada) dudo que fuese algo bonito.

Pero así es la vida y así son las historias. Pasan al mismo tiempo tantas cosas a tantos niveles que rara vez sabes la razón de fondo por la que terminan de la manera en la que lo hacen.

Enlaces:

1. Cónanes regulares
- Conan el Bárbaro 179 - Enero 1992
- La espada salvaje de Conan 127 - Ocubre 1992
- Conan el Bárbaro
- La espada salvaje de Conan

2. Roy Thomas

3. Conan Rey

4. Los autores
- Alan Zelenet
- Don Kraar
- Christopher Priest (James Owsley)

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