Biografía fabuladora III: Érase una vez

Por Javier Albizu, 5 Diciembre, 2021
Tras tanto preámbulo, supongo que ha llegado el momento de empezar con esta cuento. Así pues, comencemos de la forma canónica. Ciñámonos al arquetipo. Demos inicio a esta historia con un…

Chica conoce chico.
Chico se casa con chica.
Chica y chico son padres en el setenta y uno.
Chico y chica son padres por segunda vez en el setenta y tres.
Niño número dos nace en un hospital de Pamplona.

Como supongo que habrá sido capaz de adivinar el sagaz lector, yo soy el niño número dos (de tres).

El el momento de mi nacimiento mi padre tenía veintinueve años y mi madre… diremos que alguno menos (no por apelar a su dignidad, sino porque soy un desastre con las edades y ella no acostumbra a anunciar ese dato con la misma frecuencia que su partenaire).

Antes de llegar hasta este momento (y supongo que entre otras muchas ocupaciones), mi madre había sido:
- Maestra rural.
- Dependienta de una tienda de ropa (porque la educación siempre ha sido algo muy valorado dentro de nuestra sociedad)

Por su parte, mi padre había ejercido de:
- Pastor de cerdos.
- Trabajador de una fundición.
- Músico ambulante en bicicleta.
- Electricista.
- Músico de la orquesta “Los Diamantes”1.
- Vendedor de cassettes a gasolineras.

Más allá de este breve currículo, en el momento en el que da inicio esta historia, ambos habían abandonado las villas que les viesen nacer para mudarse a Alsasua2. A la urbe en la que se convertirían en los propietarios y residentes de la sala de fiestas “Paraíso”.

Efectivamente y sí. Vivían (vivíamos) en la sala de fiestas (aka “discoteca”). En la buhardilla para ser más exactos. Muy probablemente, y si nos ponemos técnicos, el primer suelo sobre el que se posaron mis pies (y el resto de mi cuerpo) fue aquel. De ser yo alguien dado a la frase ocurrente y el chascarrillo fácil, podría decir que el primer firme sobre el que me apoyé fue el del Paraíso. Pero, al no ser yo alguien que practique tales aficiones, te ahorraré semejante carencia de originalidad.

En fin.

Sí, mi primer hogar fue una discoteca. Como consecuencia de esto, suelo bromear diciendo que sólo he pisado ese tipo de locales para dormir o para trabajar… aunque he de reconocer que esta afirmación no puede ser considerada como un hecho objetivo. Quizás no haya pruebas gráficas que puedan demostrar este desliz, pero esto no convierte tal afirmación en algo cierto. Porque no recuerdo haber dormido allí, esta parte solo la conozco de oídas, pero sí que recuerdo haber visitado aquel lugar con otros intereses más lúdicos. Recuerdo haber visitado aquella discoteca para beber. Más concretamente; para beber batidos por la gorra.

Nepotismo, es mi síndrome.

Pero, bueno. Como decía, no recuerdo haber dormido en la sala de fiestas. Y no lo recuerdo porque nos mudamos antes de que fuese capaz de generar recuerdos permanentes. Nos mudamos hasta una casa. Hasta otro edificio de la misma villa. Hasta el local dividido en dos. Por un lado estaba la vivienda, por otro “Musical Tomás”; el nuevo negocio que, sin abandonar el viejo, había montado mi padre. Con esto, pasábamos de “vivir sobre un trabajo” a “vivir pegados a otro”.

De cualquier manera, en lo que a mí respectaba cualquiera de ellos no dejaban de ser centros de ocio. El trabajo seguía siendo algo “de otros”. Aún quedaba muy alejados de mis pensamientos conceptos como nóminas o llegar a fin de mes. Mis intereses, necesidades y preocupaciones eran otros.

El dinero llegaba a casa mágicamente, y la porción de aquello que se posaba sobre mis manos era dilapidado en la oferta local. En un mundo muy pequeño. Dentro de una realidad que tampoco llegaba a comprender. Mis prioridades, como las de cualquier otro niño, no atendían a contextos ni lógicas. Estoy convencido de que aquel “mundo mágico“ y el recuerdo que conservo de él tiene muy poco que ver con el que recuerdan mis padres (o mis hermanos).

Porque aquellos tiempos que apenas conocí pertenecían a “otro mundo” a varios niveles. Los días transcurrían en un universo pre-internet, pre-negocios especializados y… pre… preocupaciones. Un universo en el que habitaría durante gran parte de los primeros ocho o nueve años de mi existencia.

Y añado ese “gran parte” y no “la totalidad de aquel periodo” porque no todo “mí” tiempo transcurrió en Alsasua. Mi infancia más remota se repartió también en otras dos ubicaciones geográficas; Araia (el pueblo de mi padre) y Ecay (el de mi madre). Dos lugares donde, al igual que el primero, puedo encontrar ciertos emplazamientos cuyas coordenadas se encuentran más cercanas a los territorios de lo emocional que a los de lo real3.

Porque aquellas fueron unas realidades que, a pesar de haber sido habitadas sumido en la feliz ignorancia, quedaron parcialmente grabadas en mi imaginario. Partes de su legado permanecen fijadas en mi mapa mental y sentimental. Porque quizás yo no haya leído a Proust, pero sí que empatizo mucho con su gusto por la repostería4.

Así pues, aquellos años iniciáticos sirvieron para comenzar a alimentar mi mente. Para ir llenándola de recuerdos. De memorias muchas de las cuales se encuentran asociadas a lugares muy concretos.

No deja de sorprenderme y resultarme curiosa la manera en la que funcionan la memoria y la nostalgia. Lo sencillo que me resulta recorrer sus calles a través de la visión de satélite para llegar hasta los fantasmas de aquellos lugares. Lo natural que me resulta saber hacia dónde he de dirigirme desde casa. Dónde he de girar para llegando hasta cada uno de ellos.

Solo he tenido que ubicarme en mi segundo hogar y seguir unos recorridos que parecen formar parte de mi ADN. Con esto, una vez realizados estos recorridos, y marcados los lugares con sus… X… cuadradas, si miro la foto de izquierda a derecha, puedo ver que el kiosko que visitaba aún existe. Que el taller de recreativas que se encontraba junto a la vaquería ya no. Que de la librería solo queda un espectro. Que del salón de juegos y el otro kiosko ya no queda ni siquiera eso.

Como decía, aquellos eran tiempos más sencillos. Los lugares que recuerdo eran principalmente mis fuentes de ocio (aunque también guardo el recuerdo los caminos que llevaban hasta los distintos colegios en los que comencé a formarme, la casa de uno de mis amigos, la tienda de deportes de su tío o la sala de fiestas). No sé qué sensación es la que me impacta con mayor fuerza. Si es la sorpresa que me provoca que uno de aquellos lugares aún parezca mantenerse en pie, la duda que me genera el no encontrar nada en los lugares donde “deberían estar” aquellos que ya han dejado de existir o la tristeza de ver que uno de ellos se encuentra en una situación de indefinición entre ambos estados.

Sea como fuere. Nuestro camino ha de llegar hasta un nuevo y breve alto antes de continuar.
¿Con qué nos sorprenderá nuestro héroe la semana que viene?

Enlaces:

1. Los Diamantes

2 Alsasua

3. Otros lugares (seguramente ficticios)
- Araia
- Ecay

4. De repostería y otros asuntos
- Devolvedme mis magdalenas (cabrones)
- Devolvedme mis magdalenas (cabrones) II (La secuela binaria)

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