Biografía fabuladora XXIV: Cambiando el paradigma

Por Javier Albizu, 8 Mayo, 2022
La realidad es algo en constante evolución. Una entidad que se empeña en no quedarse quieta. Que se presenta ante cada uno de nosotros de diferentes maneras. Que escapa por completo a nuestros intentos por controlarla.

Tengo que dejar de simultaneas la escritura de esto y de la novela, porque las cosas me se empiezan a mezclar.

Pero vayamos al tema.

El curso del ochenta y siete / ochenta y ocho supuso mucho más que un cambio de ciclo formativo. Como ya comentaba, supuso también un cambio de colegio, de compañeros de clase, de relaciones, de horarios... de ordenador... de editoriales de tebeos... de dinámicas en general.

Comenzar en el instituto llevaba implícitos varios cambios. Alteraciones en mis patrones de comportamiento de los que nos quedaremos únicamente con un par (para que esto no se eternice).

Por un lado, daba inicio de la jornada intensiva en el colegio. O lo que es lo mismo; la ausencia de clases por la tarde.
Por otro, el ir a estudiar “fuera de Pamplona” conllevaba otro efecto derivado más; mis compañeros dejaban de ser gente que vivía en las cercanías de mi casa.

Muy bien. Analicemos las consecuencias más inmediatas de estas pequeñas cadenas de acción / reacción. Echemos un vistazo a las consecuencias provocadas por estos dos hechos.

En lo que respecta al primero de ellos, el concepto de “tarde libre” no se prolongaría durante demasiado tiempo. Cuando no había exámenes a la vista, estas pasaban a estar dedicadas a echar una mano en la tienda (algo que, en vacaciones, se extendía también a las mañanas).
Por otro lado, como no hay acto que no desemboque en su propia consecuencia, la cadena de cambios no se detenía ahí.
Ir a meter horas en la tienda (aunque, en aquellos días, pasaba más tiempo en el taller o el almacén que en la propia tienda), implicaba un aumento en la paga semanal (lo que, inevitablemente, implicaba un mayor gasto por mi parte en vicio y subcultura).

En lo que respecta a las consecuencias del segundo de estos cambios, la lejanía de mis compañeros me hacía explorar otros lugares de la ciudad. Me permitía conocer de otra manera el entorno en el que vivía.
Ahora que lo pienso, es posible que esta fuese una de las causas que, indirectamente, me permitiese alcanzar la confianza necesaria como para llegar hasta Ramar, Igúzquiza, la librería Gómez, Radio Frías, el salón de juegos Carlos III o, más adelante, T.B.O y el re-descubrimiento de la juguetearía Irigoyen.

El círculo se ampliaba.

A su vez, y nuevamente uniendo los puntos en mi cabeza mientras escribo, seguramente no me habría convertido en alguien asiduo a aquellos locales de no haber dispuesto del dinero extra que tenía gracias al punto anterior.

Todo encaja. Es lo que tiene esto de la escritura. Puedes atar todos los cabos que te de la gana siempre que la información de la que dispongas sea lo suficientemente difusa y vaga.

Porque, claro, no recuerdo que ninguno de mis “nuevos”compañeros de clase (al menos no aquellos cuyas casas llegué a visitar) viviesen por el centro. Tampoco recuerdo cuál fue el orden de descubrimiento de los locales que he mencionado (aunque los he plasmado siguiendo el orden de descubrimiento que creo más aproximado a la realidad). Toda esta construcción que me voy montando no deja de ser un castillo de naipes con una base muy poco sólida. Seguramente, a todo lo que voy mencionando, habría que sumar un número de factores mucho más amplio y diverso. Mucha más información de la que soy capaz de recordar o concretar.

A su vez... tampoco es que descubriese “el centro” durante aquellos años. Como ya he mencionado en entradas anteriores, había estado por allí para ir al cine. También recuerdo haber visitado ciertos barrios de “lo viejo” con anterioridad. De buenas a primeras me viene a la cabeza el haber comido con mis padres en el “Self-Service” de la Estafeta. Aunque carezco del marco cronológico concreto en el que ubicar aquellas visitas, yo diría que eran previas a todo aquello.

Así pues...
¿Se quedó algo dando vueltas por mi cabeza durante aquellas visitas?
¿Realicé aquellas expediciones “a tiro fijo” como consecuencia del comentario de alguien ajeno a mi círculo más cercano, o se trataba de decisiones que tomé guiado por “mitos, leyendas y habladurías”?

Lo único que puedo afirmar a ciencia cierta es que no conservo el recuerdo de haber estado en aquellos lugares por primera vez en compañía de nadie. Hasta donde soy capaz de recordar, aquellos fueron caminos que tomé por iniciativa propia. En el interior de los autobuses que me llevaron hasta ellos no se hallaba nadie conocido que me ofreciese apoyo, compañía o consejo. Aún quedaba mucho tiempo (mucho tiempo “relativo” para alguien de aquella edad) hasta que encontrase a gente con la que compartir aquellas expediciones.

Por lo menos... un año.

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