Biografía fabuladora XXXIII: El flipamiento

Por Javier Albizu, 31 Julio, 2022
Muy bien, supongo que viene siendo hora de cambiar de año. Ha llegado la hora de empezar “oficialmente” con el noventa. Y digo lo de “oficialmente” porque, a buen seguro, y de manera “extraoficial”, alguna que otra porción de las cosas que he ido contando en esta últimas entradas estaban ubicada dentro de estas coordenadas cronológicas.

Por la misma, y por más que esta entrada sirva para aglutinar ciertos elementos / filias que pudieron tener su inicio durante aquellos días, no deja de ser eso; un aglutinador temático (cuyo alcance no queda limitado a este momento en concreto).

Porque el concepto del flipamiento (o el “molonismo” como también es conocido) no es algo con un inicio y final acotados en el tiempo. Es un camino con sus altibajos. Uno que no tengo manera de saber a ciencia cierta cuándo comienzo, cuándo terminó, o cuál de cada una sus distintas variantes sigue aún por ahí.

Así pues, y dentro de lo que sí que soy capaz de acotar dentro de esta fechas, podría afirmar sin miedo a equivocarme que “el lejano noventa” fue el momento en el que esto comenzó a llegar hasta mi casa:

Y lo sé porque sus tomos se vinieron hasta mi casa tras la emancipación, lo que me ha permitido ver su fecha de publicación. Eso sí, por más que algún amigo las devoraba con devoción, yo nunca pasé de mirar las foticos y leer alguna anécdota curiosa sobre el M-60 en Vietnam o el SR711.

Por otro lado, no tengo manera de saber cuando compré otras cosas (que también se vinieron conmigo en la mudanza de hace veintidós años):

Más allá de esto, también llegué a tener una maqueta del SR71 (a fin de cuentas, aparte de molarlo todo estéticamente, también era el avión de la Patrulla X) que se vino conmigo, pero la regalé hace cosa de cuatro años a un compañero de trabajo.

Porque, las armas, los “paratos” y los que las manejaban. Vaya tema.

“Ay”, la gente que “matá por el bien” y los artilugios que usan. “Mía” que son bonicas las formas y mecanismos de las joías. “Mía” que se puede perder uno en las coreografías de patadas, puñetazos, tajos y cabriolas. “Mía” que te podías llegar a dejar pasta en pijadas relacionadas con el asunto para luego tenerlas guardadas en armario, baldas y cajones para no volver a hacerles caso.

En fin.

La cosa es que aquel era un “HAMOR compartido”. Una filia y un camino que casi todos admirábamos desde la lejanía. Uno que, en muchos casos, ya venía de lejos.

Porque (en mi caso concreto), las películas de artes marciales ya me habían hecho apuntarte a Judo en la EGB. Pero había cosas para las que aquellas películas no te preparaban. No te decían lo cansado y complicado que era aquello. Tampoco lo que pasaba cuando te cruzabas con algún compañero de clase que tenía ganas de “hacer las cosas de verdá”. Tampoco te avisaban de la facilidad que tenemos algunos para rompernos.

Tiempo después, aquel mismo impulso me haría apuntarme al gimnasio en más de una ocasión... solo para abandonarlo poco después de que quienes se habían apuntado contigo dejasen de ir (o, como en la última ocasión hace cosa de seis años, porque me rompí una vez más).
Porque una cosa es que tengas el deseo de “poder hacer cosas que de normal no eres capaz”, y otra muy distinta que estés dispuesto a dedicar el tiempo y el esfuerzo para ser capaz de hacer eso algún día (en el caso de que sea humanamente posible).

Pero me estoy desviando un poco (para no variar).

Los “errores de cálculo” tampoco es que importasen demasiado. A pesar de los tropezones, el camino estaba claro. Era una ruta que te marcaban el cine y en la tele. Anuncios, como el del coleccionable2 donde se te prometían emoción a raudales. Anuncios como el de una revista (sobre la cual no he logrado encontrar nada) que te preguntaba algo por el estilo de “Cuando el enemigo te rodea y estás solo detrás de las líneas enemigas, ¿sabrás sobrevivir?”.

Cada semana tenías revistas en los kioskos donde te prometían que las artes marciales eran algo casi mágico que estaba al alcance de tu mano. Tenías las armas y a sus portadores en la calle, en el salón y en tu habitación. Los tenías en los carteles y posters de los cines. Los tenías en las caratulas de videoclub. Los tenías en los tebeos y “infantiles” y en los “adultos”. En los juegos de rol, sus ilustraciones y sus aventuras.

Estabas rodeado.

Allí donde posase uno su mirada encontraba imágenes en movimiento, fotos o ilustraciones de policías o justicieros. De soldados o mercenarios. De samurais o ninjas. De cosas imposibles e implausibles que molaban infinito.

Por más que no sea capaz de identificar una ruta concreta qué llevase de una cosa a la otra, supongo que al final aquel camino sería el resultado de una mezcla de todo. El “paso a la acción” parecía ser el camino de menor resistencia. Algo que llevábamos inscrito en nuestro ADN. Bueno, al menos en el ADN de los personajes que existían en nuestra imaginación, en la pantalla y delante de la mesa de juego.

Porque, por otro lado, y centrándonos nuestra mirada una vez más en el terreo de los juegos de rol, también tenías las tablas. Lo primero que leía cuando llegaba uno nuevo hasta mis manos. Tablas que te indicaban las posibilidades que tenías de sobrevivir a X o Y. Colecciones de números de los que, tras un estudio más o menos exhaustivo, podías sacar cuál era la mejor combinación de armas y armaduras para enfrentarte a los diferentes bichos que te podían salir. Y todo aquello también molaba infinito pero, a su vez, también te daba una visión un poco diferente del asunto. Aunque, como yo, no fueses alguien muy ducho en las matemáticas, todo parecía indicar que los números rara vez estaban a tu favor.

El “paso a la acción” (al menos a la acción física de golpear a alguien) no siempre era lo mejor opción. Es más, rara vez lo era. Quizás pudiese servir para “desatascar” una aventura, pero no servía para que tus personajes sobreviviesen durante mucho tiempo. Al menos no en el caso de juegos como La llamada de Cthulhu, RuneQuest o Warhammer, cuyos reglamentos eran “poco amistosos para tu capacidad de recibir daño”.

Porque, al igual que el lado oscuro, el combate podía ser la opción más fácil, podía ser la más tentadora, pero si era tu única herramienta, el azar lo convertía en algo que rara vez servía para llevar a tu personaje hasta un futuro demasiado halagüeño.

Lo mejor era que el flipamiento se quedase a buen recaudo dentro de tu cabeza.
Que permaneciese confinado dentro del terreno de la ficción.

Enlaces:

1. De armas y cosas
- M-60
- El pájaro negro

2. Anuncio de “Armas de guerra”

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