Biografía fabuladora VI: La edad de los descubrimientos II - Mira que está lejos Japón

Por Javier Albizu, 26 Diciembre, 2021
Regresemos al punto arbitrario que establecíamos la semana pasada (y, muy probablemente, a sus inmediaciones). Volvamos hasta una fecha indeterminada ubicada entre el final de una década y el comienzo de la siguiente.

¿Qué más cosas podemos asumir que había descubierto mi mente infante hasta aquel momento?

Por ejemplo… ¿qué quería ser de mayor?

En aquellos tiempos algunos niños querían ser doctores al crecer. Otros querían ser astronautas o deportistas. Pero el mío no era uno de los casos englobado dentro de aquel espectro. Tras alcanzar la edad adulta (o, a ser posible, antes de llegar hasta ella) yo lo que quería ser era piloto. Piloto de súper robots.

Aunque, ahora que lo pienso, es muy probable que el deseo real fuese otro. Que mi aspiración real fuese la de convertirme en un súper robot.

La culpa de esto no la tenían los tebeos, sino la tele. La tele y los héroes de metal y grafito. Las creaciones de Go Nagai. Un tema sobre el que ya he hablado por aquí (y en algún que otro lado) con anterioridad1.

Porque fui un niño de los setenta. Uno que no sentía especial afición por la lectura de cualquier cosa que no fuese acompañado de dibujos. Alguien para quien las musas llevaban mallas o misiles. Que volaban o lanzaban rayos. Para quien tanto los personajes de la tele como los del papel impreso se movían al mismo ritmo.

Se podría decir que mis primeros referentes, quienes resultaron ser mis “musas” en aquellos tiempos, fueron todos los autores que he ido mencionando hasta el momento. Por supuesto, entonces no sabía ni necesitaba saber lo que eran las musas, el arte, la creatividad o el deseo de contar historias. Ante mis ojos no existían los autores o las tramas. No había separación alguna entre soportes o medios. Solo sabía que todo aquello que se encontraba ante mí era emocionante. Algo de lo que quería ser partícipe. Se podría decir también que estos impulsos y referentes apenas han cambiado desde entonces. En todo caso se han ido ampliando. Aunque, admitásmoslo, tampoco se han ampliado demasiado. El señor Nagai siempre ha tenido un lugar preferente. Lo obras surgidas de su imaginario a las que me vi expuesto durante mi juventud2 parecen haber adquirido una mayor facilidad para convertirse en algo que me acompañase durante el resto de mi vida.

Porque nunca he buscado la inspiración. Nunca he buscado referentes. Me he limitado a procesar lo que tenía frente a mí. A interiorizar aquello con lo que he conectado a un nivel más emocional que racional. Así pues, ante mis ojos resulta más relevante la obra de los autores que he ido glosando en estas entradas que gente “importante” que he leído con posterioridad. Que dentro de mi panteón personal tanto Nagai como Starlin o Kirby se encuentran muy por encima de Shakespeare o Cervantes. Por supuesto, tengo claros los valores y el impacto histórico de cada uno de ellos, pero esto no les hace más atractivos a la hora de escoger que ver, leer o recordar.

También tengo claro que estoy siendo injusto. Que, de haber sido adulto la primera vez que me vi expuesto a sus obras, mis visión sería muy diferente. Que tendría que acercarme a ellas con un interés y una mirada arqueológicas para poder apreciar y comprender lo que significaron. Pero nada de eso importa.

Yo estaba ahí cuando Mazinger voló por primera vez.
Iguala eso, Romeo.
Supera eso, Alonso Quijano.
En fin.
Retomemos el asunto antes de que empiece a desvariar demasiado.

Casi se podría decir que la llegada de la Súper Aleación Z hasta mi vida fue un regalo de cumpleaños. Llegó con un adelantó dos días al momento en el que cumplía cinco años (aunque, por lo que parece indicar la web de “el doblaje”, la cosa ya llevaba rondando por los cajones de TVE un par de años) y lo hizo arrasando. Porque aquello no dejaba de ser un comienzo.

Aquel mismo año teníamos tebeos (seguramente sin ningún tipo de licenciamiento) de la mano de un sub-sello de una gran editorial (y, a buen seguro, sin indicar en sus páginas quienes habían participado en su elaboración. Menos mal que siempre nos queda Tebeosfera para estas cosas). Recuerdo atesorar durante mucho tiempo un pañuelo de Mazinger que jamás usé para el propósito para el que había sido creado. Recuerdo poseer un álbum de cromos que nunca llegué a finalizar (aunque ahora descubro que hubo dos… o igual lo supe en su momento y ambos se fusionaron en mi memoria). Recuerdo que la tele de mis abuelos comenzó a echar humo mientras veía uno de los capítulos, y que mi preocupación no era la tele o el posible fuego, sino perderme el final de aquel episodio. Recuerdo llorar en el cine viendo Súper Mazinger Z (y que aquella fuese probablemente mi primera experiencia ante la pantalla grande). Recuerdo la emoción al ver que se anunciaba su participación en el circo en unas fiestas de Alsasua… y la decepción al descubrir el engalo. Aquello no era Mazinger.

Y… supongo que aquí terminan las certezas y comienza la especulación. Porque puedo tener fechas más o menos aproximadas de los años en los que salieron al mercado ciertos productos pero, una vez más, esto no significa que aquel fuese el momento en el que se produjo mi primer contacto contacto con ellos.

En Wikipedia indican que la película de Groizer X (a la que los avispados distribuidores llamaron “Maxinger X” por misteriosas razones) se llegó a estrenar en cines, pero esa película nunca llegó hasta Alsasua (o se me escapó completamente). Tendría que esperar hasta la llegada de un reproductor de VHS a nuestra casa para poder verla… una y otra vez.

Así pues, y dado que desconozco el año en el que llegó el vídeo hasta nuestra casa, lo único que puedo hacer es elucubrar a este respecto. Por la misma, desconozco cuándo llegaron hasta mis ojos otras obras procedentes del lejano oriente3. Desconozco si, pese a sus fechas de publicación en nuestro idioma, tendría que esperar hasta la década posterior para verme expuesto a ellas. A ellas y al resto de obras catódicas que atravesarían mis córneas y tímpanos. Eso sí, llegase cuando llegase aquel aparato hasta mi vida, aquel fue otro de los grandes hitos de mi infancia.

De cualquier manera, he de reconocer que, en el caso de estos dos parientes lejanos del “Japanium”, el impacto causado sobre mi memoria emotiva no fue el mismo. Y esta es una afirmación que sí que soy capaz de certificar.

Con la llegada de la adultez y la independencia económica, Mazinger fue una de las primeras cosas cuya recuperación busqué. Tras ver a comienzos de los noventa en la revista Fotogramas que una distribuidora reeditaba la serie, no dudé a la hora de hacerme con la ella. Tampoco dudé a la hora de ponerles el primer capítulo a mi cuadrilla tras una partida de rol (del señor de los anillos, si no recuerdo mal) en casa de mis padres.
Recuerdo las bromas, los aspavientos y las señales de “horror” por su parte al contemplar lo que se presentaba ante sus ojos. Recuerdo las críticas. Recuerdo estar de acuerdo con ellas. Pero nada de aquello importaba. La serie podía no ser “para todos los públicos”. Podía no ser “perfecta”. Pero una parte de mí volvía a tener cinco años mientras la veía.
Lo mismo sucedería tiempo después con Súper Mazinger o Groizer cuando logré hacerme con ellas a través de la red de redes. Cada vez que las pongo me quedo con ellas hasta que terminan.

Por supuesto, una vez llegada la adultez también busqué recuperar el resto de películas que me habían marcado durante mi juventud.
Logré hacerme con una copia de Tarzerix en un vídeo club que cerraba. Por otro lado. Para recuperar Alas Doradas fue necesaria la llegada de las redes P2P. Pero la emoción terminaba ahí. Ninguna de ellas logró “hacerme volver”. Las veía como un adulto (del siglo XXI) y, como tal, he de reconocer que son bastante indigestas.
Por supuesto, esto no ha impedido que trate de verlas completas en más de una ocasión pero, hasta el momento, no he tenido éxito en esas misiones.

Y supongo que con esto lo dejaremos por hoy, pero eso no significa que los “la edad de los descubrimientos” finalice en este punto. Porque aún queda un “tercer descubrimiento” que ubicar en esta franja temporal. Porque los personajes trazados no fueron lo único que llegó hasta mí a través de aquellos medios.

Enlaces:

1. Anteriormente en este mismo canal
- Go Nagai
- Devilman
- Getter Robo
- Carta abierta a mi primer amor
- Cuando los crossovers molaban
- La evolución del Super Robot

2. Referente preferente
- Mazinger Z, la serie (1978)
- Mazinger Z en Wikipedia española
- Mazinger Z en Wikipedia americana
- Súper Mazinger en Filmafinity con datos mal contrastados
- Mazinger Z, el tebeo - Grijalbo - Ediciones Junior (1978)
- Mazinger Z, Álbum de cromos 1
- Mazinger Z, Álbum de cromos 2
- Maxinger X contra los Monstruos (1978)
- Goizer X en Wikipedia española
- Goizer X en Wikipedia americana

3. Y allegados
- Tarzerix (1978)
- Alas doradas / Korean metal hero en IMDB
- Alas doradas / Korean metal hero, del setenta y seis según unos
- Alas doradas / Korean metal hero, del setenta y ocho según otros

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