Biografía fabuladora XXVIII: Un pequeño paso para el hombre

Por Javier Albizu, 19 Junio, 2022
Cuando llegamos al ochenta y nueve la cosa no cambia demasiado con respecto a cómo había finalizado el año anterior. Aunque, claro está, esta no deja de ser una verdad a medias. Una condicionada por el contexto que nos dispongamos a analizar. Porque a mediados de aquel año sí que llegarían varios cambios significativos.

Dentro de la parte “sin grandes cambios” podríamos incluir todo lo referente a mi currículo académico. Continuaba cursando segundo de FP. Un curso en el que se cristalizó aquello que se llevaba fraguando desde hacía ya mucho. Un curso “raro-pero-no”.

Y, no, la parte “rara” no tenía que ver únicamente con el hecho de que, pese a seguir yendo a Potasas, cambiase el recinto en el que se impartían las clases. Tampoco se podemos concretarlo en las nuevas dinámicas que se generaban como consecuencia del nuevo contexto. Tampoco con el hecho de que aquel fuese el primer curso que me vería obligado a repetir, o con que, después del verano, mi segundo - segundo lo llevase a cabo en un instituto de Pamplona.
Todo aquello era algo raro y normal al mismo tiempo. Al final no dejaban de ser piezas adicionales en ese suma y sigue de factores ajenos a mis intereses que era la vida académica. Algo accesorio a la par que inevitable. Una serie de trámites y compromisos pasajeros que, pese a mi resistencia, más allá de la incomodidad, la frustración y una leve pátina de conocimientos generales, supongo que también han llegado a formar parte de ciertos aspectos de de mi persona y mi manera de entender el mundo.

Pero hoy no quería hablar de eso. Ya habrá tiempo para sacar conclusiones cuando lleguemos al noventa y uno. Y no quiero hablar de eso porque, por otro lado, durante aquel año llegarían hasta mi vida otros dos lugares que han pasado a formar parte indisoluble de mis recuerdos y afectos. De quien soy. Por supuesto, también se encuentran presentes en ciertas memorias menos agradables, pero eso es ley de vida.

Porque, como ya mencionaba hace unas cuantas entradas, durante el verano del ochenta y nueve se formalizaría mi relación con el rol. Una relación que me llevaría hasta la casa de la juventud. Hasta el lugar en el que comenzaría a formarse mi primera cuadrilla. Donde encontraría a gente con la que ir al cine. Con la que hablar de tebeos. De historia. De juegos. De informática e ingeniería. De filosofía y ética. De las cosas importantes de la vida.

A su vez, aquel mismo verano tenía lugar otro cambio que, a priori, nada tenía que ver con el que acabo de mencionar. Aquel verano el negocio familiar mutaba a varios niveles. Así, “Musical Tomás” pasaba a convertirse en “Musical Tomás Megatienda”. Al tiempo que su ubicación se movía de la Vuelta del Castillo a la Calle Asunción, también se expandía el catálogo de productos y servicios relacionados con la música que ofrecía. A los instrumentos y el Hi-fi se le sumaban los discos y los libros. El taller y el almacén quedaban integrado en el mismo local. A ellos se les sumaría y solaparía poco después la academia.

Lo dicho. Nada que ver con “las cosas importantes”.

Nada... salvo que, con el paso del tiempo, dentro de las tres plantas de aquel antiguo súper mercado, también tendrían lugar otras actividades que nada tendrían que ver con la música. Y, sí, obviamente, una gran parte de las actividades anómalas (aunque no todas) estaban relacionadas con el rol.

Lo primero en ser explotado de manera extra-oficial serían las oficinas de la planta superior. El lugar por el que pasarían varias fotocopiadoras. Diversas máquinas sobre cuyas superficies se apoyarían cientos, sino miles, de páginas pertenecientes a una gran variedad de manuales. Un lugar de reunión para muchas mañanas de domingos.

A su vez, en lo más profundo de aquel local, allí donde llevaban unas inicialmente precarias escaleras y un montacargas que inspiraba aún menos confianza, uno podía llegar hasta el taller, el almacén y las salas de pruebas. Espacios acotados algunos de los cuales aún conservaban las puertas de las antiguas cámaras frigoríficas en las que se encontraban.

Allí estaba el “dungeon”. Los oscuros lugares a lo largo de cuyos pasillos podías encontrar obstáculos cuya peligrosidad oscilaba entre lo simplemente frágil, lo incómodo o lo doloroso (principalmente para tus espinillas).

Fue en aquel “inframundo” donde comenzó mi vida laboral a media jornada de manera oficial... y más cosas. Allí fue donde hice uso de la “barra libre” de llamadas a teléfonos fuera de la provincia para realizar mis primeros pedidos a Jocs & Games o Gigamesh mientras echaba una mano en las diversas labores que allí se llevaban a cabo.

Curiosamente, el recuerdo más antiguo que conservo de aquellos dos lugares está relacionado1. Mi primera visita a “El club” tuvo lugar después de estar ayudando a preparar las cosas para la inauguración de “La Mega”. Porque la realidad y la memoria tienen un extraño sentido del humor.

Por supuesto, pese a unos inicios titubeantes, las actividades que llevé a cabo en aquellos lugares no dejarían de expandirse con el paso del tiempo. Se convirtieron en ubicaciones complementarias. En el comienzo de muchas cosas. El alfa de muchos omegas.

Enlaces:

1. Biografía rolera IV: Ampliando el horizonte

El contenido de este campo se mantiene privado y no se mostrará públicamente.

Plain text

  • No se permiten etiquetas HTML.
  • Las direcciones de correos electrónicos y páginas web se convierten en enlaces automáticamente.
  • Saltos automáticos de líneas y de párrafos.

Índice