Biografía fabuladora XL: Jugando en casa(s)

Por Javier Albizu, 9 Octubre, 2022
–Tienes que salir más de casa –acostumbraban a decirme mis padres.
–Alguna vez tienes que ir por ahí con tus compañeros de clase –y dale.
–De seguir así acabarás solo.

Cierto es que tenía y había tenido amigos. Que sí que había conocido “otros lugares en los que me apetecía estar”. Que había visitado las casas de compañeros del colegio con los que tenía alguna afinidad. Que había ido al cine con ellos. Pero la cosa había terminado ahí. Nunca había “ido de bares” con ellos. Nunca les había acompañado a eventos deportivos. Los conceptos de “La noche” o “El finde”, tal y como son utilizados comúnmente, no tenían el más mínimo atractivo para mí.

Como ya he contado antes por aquí, más allá de mis visitas a las tiendas de ordenadores o a los kioskos que encontraba en mi camino, o el cine, mi “espacio de ocio” estaba contenido en el interior de mi casa.

Por más que insistiesen acerca de estos temas, sus argumentos no me resultaban válidos. ¿Qué razón tenía para querer estar “ahí fuera”? ¿Qué sentido tenía todo aquello?

Todo esto fue así hasta que se produjo el advenimiento del rol hasta mi vida. Hasta que encontré razones (esto es, personas), que me dieron “razones de peso” para “salir”.
Hasta que a mis padres les quedó claro que no “iba a quedarme solo”.

Por supuesto, aquel no fue un proceso inmediato. Siendo como era, la confianza de los demás tenía que “golpearme duro” antes de que la aceptase. Habían de insistir. El muro era recio.
Pero, a base de constancia, la muralla terminó por caer. A saber qué es lo que vieron en mí para que les mereciese la pena el esfuerzo.

Pero la cosa es que, poco a poco, las cosas fueron cambiando. Con el paso del tiempo, pocas eran las tardes de fin de semana en las que me quedaba en casa a solas con el ordenador, la tele o mis tebeos. Pocas eran las tardes en las que mis padres llegaban a casa desde el trabajo y me encontraban ahí solo. Y no. No siempre era porque estuviese en “El Club” (aunque no por falta de ganas). La sala de la “Casa de la Juventud” únicamente nos pertenecía tres tardes y dos mañanas a la semana, así que había que buscar otros lugares en los que interactuar. Otras aficiones que practicar. Actividades tan básicas y satisfactorias como... hablar con tus amigos mientras estáis “en casa”. En un lugar en el que todos se encuentran cómodos.

Porque, no, esto va mucho más allá de las cuatro paredes que conforman el “hogar familiar”.

Cierto es que, en más de una ocasión, mis padres llegaban hasta su casa para ser recibidos por el barullo del “salón pequeño”. Por el ruido generado por la gente que se encontraba conmigo probando algún juego de ordenador nuevo1 (generalmente, juegos de rol que no se podían comprar aquí, sino que había adquirido a través de un pirata gallego). Juegos pensados para un único jugador, pero con los que nos las apañábamos para simular “sesiones de juego más o menos estándar”. Partidas en las que lo de menos era la historia detrás de la aventura. Donde lo que primaba era ver la tontería que decía el que tenías al lado sobre “su personaje” y las tramas y consecuencias que nunca llegaba a mostrarnos la pantalla del ordenador.

En otras ocasiones no me encontraban en casa porque había decidido probar suerte y visitar a alguno de los amigos cuyos habitáculos me pillaban de camino desde la tienda. En un tiempo sin teléfonos móviles aquello no dejaba de ser una apuesta. Si había suerte, podía pillar a alguno de los tres que coincidían con mi ruta de regreso. Si no la había... pues igual decidía retorcer un poco esta.

Por otro lado, no siempre les pillaba ociosos. Dado lo aleatorio de mis criterios, en ocasiones podía pillarles haciendo algo... aunque esto rara vez era un obstáculo para que se iniciase una conversación mientras mirabas qué era lo que tenía en la pantalla2 o mientras mirabais las últimas adquisiciones del otro.

A su vez, y como indicaba hace unos párrafos, el concepto de “casa” no se limitaba a lo que se encuentra delimitado por cuatro paredes. Podía tratarse tanto de un lugar estático como de un trayecto. En ocasiones alguien pasaba a recogerme por el trabajo y dábamos un paseo hasta que me dejaba (o le dejaba yo) en la entrada de portal. Hasta que llegábamos a un umbral que no siempre era traspasado, pero que tampoco suponía el final de la charla. Muchas despedida han terminado durando mucho más que la reunión o el paseo que les dio inicio.

A su vez, cuando todos los interesados sabíamos que los familiares de alguien iban a estar ausentes (porque podíamos conocer a las familias del otro, pero su presencia siempre suponía un pequeño contratiempo) el reloj dejaba de tener una función.

La primera vez que les dije a mis padres que iba a pasar la noche en casa de un amigo jugando a rol me miraron raro y pusieron alguna pega. No, no tenía nada que ver con los comentarios con los que empezaba esta entrada. Tampoco con tuviesen ningún tipo de problema con la actividad que íbamos a llevar a cabo. Es más, conocían a la gente con la que iba a estar, y permitían que aquella misma gente y actividad tuviesen lugar en su casa. Supongo que, simplemente, era eso; extrañeza. No era “lo normal”. No era el camino que habían tomado ellos (o al que les habían habituado mis hermanos)

De cualquier manera, convencerlos fue sencillo. Después de mucho tiempo diciéndome de manera implícita que “debía ir de bares”, no tenían ningún argumento racional que poder sostener para defender que lo que iba a hacer era “peor” o “más peligroso” que aquello que siempre me habían pedido que hiciese.
Con el tiempo, mi propia casa se terminó convirtiendo en el lugar en el que se celebraron múltiples sesiones de juego nocturnas. Y no. No se trataba de algo que hiciese a las espaldas de mis padres. Tanto es así que ellos mismos eran quienes me avisaban cuando iban a faltar para que pudiese montar cosas en su salón.

No sabría decir en cuántos lugares he llegado a estar “como en casa”. En cuántos espacios he llegado a sentirme como alguien que “no es de fuera”. Tampoco sería capaz de afirmar que esta es una sensación que he logrado transmitir a algún otro (aunque me gusta creer que así ha sido).
Sea como fuere, esta es la razón que siempre ha servido como detonante para que me decida a abandonar un lugar en el que me encuentro cómodo.

Porque, al final, lo de menos es el lugar.
Si salgo de “mi casa” es para ir a “otra casa”.
Lo que logra que desee volver hasta un lugar no es su arquitectura, su historia o su “feng-shui”, sino la gente con la que lo compartiré.

Enlaces:

1. Multijugador local
- Heroes of the lance
- Pool of radiance
- Kult
- Curse of the azure bonds
- Eye of the beholder
- Megatraveller

2. Visitando casas ajenas
- Ancient art of war
- Bards Tale
- Defender of the crown
- Battletech
- Joan of arc
- La jungla de cristal (el juego)

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