Biografía fabuladora XXXVII: El principio del fin (de otra era)

Por Javier Albizu, 11 Septiembre, 2022
Principios y finales. Unos carecen de sentido sin los otros.
No. No me voy a poner metafórico (bueno, igual un poco sí).

Comienzo así porque, cuando llegamos hasta el último cuarto del noventa, cuando llegamos al final del verano (académicamente hablando), alcanzamos un nuevo comienzo. Damos inicio al que resultaría ser un punto y final. Nos situamos en el momento en el que comenzaría a fraguarse el final de mi periplo dentro de la formación reglada.

A su vez, y de manera ineludible, del mismo modo en el que el comienzo del verano había supuesto el final de tres ciclos, su final venía acompañado por tres nuevos inicios. Por varios cambios adicionales (solo uno de los cuales venía “de serie”).

Pero vayamos por partes.

Tras haber aprobado (por los pelos) todas las asignaturas de segundo de FP de electricidad que me quedaban, finalizaba la “FP1” y obtenía el título de “Técnico Auxiliar” (un papel que no me preocuparía en recoger hasta veintisiete años después). A su vez, con aquello se me convalidaba la EGB.
Con esto, de golpe y porrazo, pasaba a tener también el Graduado escolar.

Por otro lado, al mismo tiempo que cambiaba de ciclo formativo (lo esperable e inevitable), y comenzaba con la “FP2”, este acontecimiento tenía lugar dentro de otro instituto diferente; Donapea1.

A su vez, no solo cambiaba el lugar al que tendría que acudir a diario, sino que también daba mis primeros pasos en un currículo diferente. No seguía con la rama de electricidad sino que pasaba a la de electrónica.

Por último... lo cierto es que no recuerdo muy bien a cuento de qué vino este cambio. Si fue a petición mía o decisión de mi padre.

Sin duda, aquel cambio era “ideal” para el negocio. Dado que no quería estar de cara al público, y que los números nunca se me habían dado bien, estaba claro que mi sitio natural dentro del ecosistema de la “empresa familiar” eran el taller o el almacén. Por otro lado, siempre me ha gustado montar cosas y hacerlas funcionar.

Sea como fuere, viniese de quien viniese la idea, en primera instancia supongo que aquello nos pareció el mejor camino a todos. Desde mucho tiempo atrás tenía claro que el taller iba a ser el lugar en el que terminaría mi vida (laboral).

El transcurrir de los años terminarían demostrando lo erróneo de algunas de estas afirmaciones y lo errado de muchas de mis “certezas” de la época. Pero tiempo al tiempo.

Por lo pronto, la cosa empezaba bien. Los hipotéticos primeros días de clase... no llegaron a serlo. Había huelga por vete tú a saber qué, y nos quedamos todos sin poder entrar al recinto. Una vez superado este trámite, tocaba entrar en el nuevo mundo. En un mundo... del que no conservo muchos recuerdos.

Mi memoria posicional tiene una idea un tanto difusa de las ubicaciones de las oficinas de inscripción, el gimnasio y la cafetería (más que nada porque a mi yo de entonces siempre le resultó extraño, que no malo, que un “colegio” tuviese un local de ese estilo en su interior). Por otro lado, también conservo el recuerdo de uno de los bancos de trabajo en los que me dedicaba a mirar una serie de componentes electrónicos que no era capaz de identificar. Una clara señal de que algo no terminó de ir bien en aquel lugar. Por otro lado, también quedan retumbando por el interior de mi cabeza los ecos de un aula en la que un ente humano emitía sonidos y mensajes lingüísticos que mis redes neuronales se mostraron incapaces de procesar.

Más allá de esto, no recuerdo a ninguno de los profesores que me dieron clase. A su vez, y en lo que respecta a mis compañeros de aula, solo mantengo el recuerdo a dos.

En el caso del primero de ellos podría decirse que hago trampa, porque se trata del autor de la “hoja de personaje de Demon World”. Alguien que había migrado de instituto y currículo al mismo tiempo que yo. Posiblemente una de las razones que me llevaron a aceptar aquel cambio sin verme consumido por la duda y el temor. Por otro lado teníamos a un repetidor. A alguien que, aparte de eso, ya había hecho “la mili”. Un individuo que no solo es que fuese mayor que cualquiera de nosotros, sino que también era más grande a todos los niveles que cualquier otro de la clase. Sé que entre los tres formamos un pequeño grupo en aquel lugar pero..., más allá del pelo a cepillo y los pantalones de camuflaje que acostumbraba a llevar... no conservo mucha más información referente a él entre mis sinapsis.

Eso es todo. Supongo que esta es la razón por la que guardaba la sensación de que mi estancia allí había sido más corta de lo que realmente fue.

Por otro lado, está claro que tampoco le había dado demasiado a la sesera en lo referente a este asunto. Porque, una vez que le he dedicado algo más de procesa mental, todo resulta bastante obvio. Encaja de manera inequívoca. Si cumplí los dieciocho, y, por ende, “podían meterme en la cárcel”2 mientras estudiaba allí, tenía que se por narices el curso noventa – noventa y uno.

Pero los números nunca han sido lo mío.

Enlaces:

1. Donapea

2. Biografía fabuladora V: La edad de los descubrimientos I - El papel del papel

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