Biografía fabuladora XXXII: Repetimos

Por Javier Albizu, 24 Julio, 2022
No deja de resultarme curioso que, cuando más cercano en el tiempo es el curso acerca del que escribo, más difuso se me hace su recuerdo. Por otro lado, bien es cierto que durante los cuatro últimos años de mi formación reglada pasé por cuatro institutos diferentes, así que la cosa también podría estar relacionada con esto.

Sea como fuere, lo cierto es que apenas conservo “nada” de mi paso por el San Juan Donibane1. Poco más allá de una peculiaridad anatómica de uno de los profesores o la ubicación de los talleres, el gimnasio o las pistas de baloncesto. Ni siquiera soy capaz de recordar las asignaturas que me tocó estudiar allí. Esto es, las que no me habían convalidado del año anterior. Así, de buenas a primeras, todo parece indicar que electricidad fue una de ellas y que gimnasia fue otra (más que nada porque recuerdo los recintos en los que se impartían). Por otro lado, seguramente también cayeron las de ciencias y... ¿religión?

Hay una historia que he contado alguna que otra vez en la que mencionaba que, en un curso indeterminado, ante la opción de elegir que se me daba de elegir entre religión y ética, opté la segunda. Por desgracia, al no haber cupo suficiente para dar aquella asignatura, al final no quedó otra que regresar al catecismo. Este es un recuerdo que siempre he tenido asociado a este curso pero que, al pensar sobre ello, ahora mismo me genera una gran extrañeza. Y lo hace porque a mi yo de hoy no le entra en la cabeza que en un instituto público y laico se impartiese aquella asignatura. Me resulta tan contra intuitivo que provoca que llegue a dudar de la veracidad de esta anécdota.

Por otro lado, también es cierto que no recuerdo absolutamente nada de lo que se estudiaba en las clases de religión. Nada del temario que se incluía se incluía en aquella (hipotética) asignatura durante la FP, o en el currículo de las clases que (a ciencia cierta) recibí durante los cuatro años en Larraona (y que suspendí repetidas veces). A su vez, tampoco conservo recuerdo alguno de haber tenido aquella asignatura en alguno de los cursos a los que asistí durante mi estancia en Alsasua.

La religión como asignatura es algo que ha desaparecido por completo de mi mente. El conocimiento que acumulo acerca de este tema viene de la tele, el cine, los juegos de rol, así como de mi interés por la mitología y la(s) historia(s). Cierto es que mis abuelos nos hacían ir a misa los veranos que pasábamos con ellos y que, como consecuencia de esto, aún conservo fragmentos de rezos de aquellos días (bueno, más concretamente de aquellas noches, ya que nos hacían recitarlos antes de ir a dormir), pero nada que haya logrado enraizar en condiciones. Siempre he sido totalmente refractario a los ritos asociados. Cuando acudo a bodas y similares no hay en mí actos reflejos o automatismos propios, me limito a observar a los que me rodean y actuar por imitación.

En fin. Volvamos al insti.

Hay pocas cosas de cuantas sucedieron dentro de aquel recinto que conserve en mi memoria. El trolleo de alguno de mis compañeros de taller durante uno de los ejercicios que me hizo fundir varios fusibles. Un partido de baloncesto en el que todo el mundo se dedicaba a centrar sus esfuerzos sobre mí, dado que era el más alto, dejando libres a los que sabían jugar de verdad. Hacer el imbécil con mi “crush de la FP”2 la última vez que la vi. Porque, aunque ella no había ido a aquel instituto, sí que vino hasta él, entiendo que visita a alguna ex-compañera de clase. Así pues, y haciendo alarde de mi ineptitud social (y mi falta de cabeza) al verla subiendo unas escaleras le agarré brevemente el pie por detrás para que trastabillase y “hacerme notar”. Y eso, niños y niñas, es a lo que se llama dejar una buena última impresión.

En fin (de nuevo).

Recuerdo mucho más el Bar Biurdana donde pasaba parte del tiempo entre clases. Sus bocadillos de chorizo frito y su recreativa con el Rainbow Islands3. La tienda de chucherías que tenía enfrente donde tenían el Commando y un premio de cinco mil pesetas a quien lograse mantener el record a final de mes.

Pero la gran mayoría de mis recuerdos de aquellos días (lo que incluye los horarios lectivos) se encuentran más alejados de aquellas coordenadas. Recuerdo comenzar a familiarizarme con el interior y los recovecos de la tienda, el taller, el almacén y la casa de la juventud. Comenzar a frecuentar las casas de los conocidos que empezaba a considerar como amigos. El Salón recreativo Carlos III. La librería Gomez y Xalbador. La juguetería Irigoyen.
A buen seguro, debió ser también durante aquellos días (y en horario lectivo) cuando comencé a visitar T.B.O. (la cual había descubierto con anterioridad, pero siempre había encontrado cerrada).

Por su parte, únicamente recuerdo el nombre de uno de mis compañero de clase. De alguien que incluso llegué a llevar a la casa de la juventud en una ocasión, y que también comenzó a hacer un programa en Basic para la tienda cuando el Commodore 128 de casa, tras ser sustituido por un Atari 1040, terminó allí. Mi memoria posicional recuerda estar cruzando Pio XII de camino a clase mientras discutíamos acerca de “cuál era mejor”; si su PC (un 286 con tarjeta de sonido que me contaba que a su padre le había costado un millón de pesetas) o mi Atari. Recuerda estar subiendo la cuesta de la calle Orcoyen de regreso a casa mientras me enseñaba la hoja de personaje que había creado en su ordenador para “Demon World”. Para lo que podríamos entender como el antecesor de Daegon. Porque el flipamiento ya empezaba su asalto sobre mi persona.

Y el flipamiento era algo que no dejaría de ir a más.

Enlaces:

1. Otro instituto más

2. Rainbow Islands

3. Biografía fabuladora XIX: Rescatando a la chica

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