Biografía fabuladora VIII: La edad de los descubrimientos IV - Solo en la oscuridad

Por Javier Albizu, 9 Enero, 2022
¿Cuál es la primera ocasión en la que recuerdas haber tenido miedo?
Complicada pregunta.

Según cuenta mi padre, durante mi primer mes de vida no dejé de llorar en ningún momento. Supongo que se trata de una exageración y, obviamente, no soy capaz de recordar la razón por la que lloraba, pero me puedo hacer una idea. De acuerdo, lo cierto es que cualquiera se puede llegar a hacer una idea. Otra cosa es que ninguno de nosotros llegue a acertar en su aproximación.

Si me he de aventurar, asumiré que la memoria más antigua que conservo a este respecto se remonta, probablemente, al momento en el que recuerdo ver alejarse a mi madre por primera vez. A mi primer día en “Las monjas”. Asumo que fue a los cinco años porque sé que aquello fue previo a pre-escolar. A su vez, al no saber durante cuánto tiempo se prolongó mi estancia en aquel lugar, ni cuánto tiempo permanecí en el otro, lo único que puedo hacer es elucubrar (de acuerdo, podría preguntarlo, pero me vale con esto)

¿De qué tenía miedo?
Pues… de nada en concreto. No era nada racional. El miedo rara vez lo es. Mi madre se iba y me dejaba con una desconocida. Me recogería de nuevo unas horas después, pero aquello era algo que yo aún no sabía (aunque supongo que me lo repetirían una y otra vez, ese es un recuerdo que no conservo). Por otro lado, había muchos niños alrededor, pero aquel era un detalle que carecía de cualquier importancia.

Mi yo adulto puede tratar de transformar esto en otra cosa. En un relato. En algo que enlace con la historia que voy construyendo. Podría decir que me sentía solo. Indefenso. Atrapado en un lugar que no conocía. Prisionero de un contexto que no había elegido. Rodeado de gente, pero totalmente aislado.

Podría decir todo esto, pero quien hablaría sería el narrador de historias. El creador de personajes. Quien planta semillas y planifica el camino hasta las siguientes revelaciones. Lo único cierto es la sensación de indefensión. Todo lo demás no dejaría de ser la preparación para lo que llegaría mucho más adelante.

Así pues, no sé ni la causa ni la duración de aquella sensación. Lo único que sé es que, si bien su intensidad ha sido mitigada con el paso del tiempo, el recuerdo de aquello me ha acompañado hasta el día de hoy.

Sigamos. Vayamos hacia atrás y hacia delante en el tiempo al alimón. Regresemos al el alfa y el omega de esta “Edad de los descubrimientos”1. Volvamos hasta ahí, pero cambiemos el foco. Alejémonos del “papel” para centrarnos lo que da inicio y concluye esa entrada:

El año en el que, entre otras cosas (y si las matemáticas y la memoria no me fallan), me operaban de apendicitis y terminaba mi educación preescolar.

Esto es, en el año de mi apendicitis, lo que me lleva a sospechar que mi convalecencia estuvo rodeada de muchas páginas. De héroes que me ayudaron a vencer al miedo del hospital. A no dejarme vencer por la oscuridad, la sensación de soledad e indefensión y lo desconocido. A despertarte a oscuras y aún sedado en una habitación que no conoces.

Ahí volvemos a encontrar algunas de las palabras que han aparecido por aquí:
Indefensión.
Soledad.

Aparecen esas palabras, pero no vienen solas. Se les une otra más: Oscuridad.

El despertar posterior a la operación es otra de esas sensaciones que me ha acompañado hasta la adultez.
A su vez, parte del mensaje que aparece entre esas líneas está un tanto desubicado. Porque digo que los súper héroes me ayudaron a superar aquellos miedos, pero aquella sería una batalla muy larga. El combate que tuvo lugar aquella… noche… mañana… tarde… lo que fuese, se saldó con una derrota.

La imagen que ha quedado grabada en mi memoria es difusa. Algo que se parece más a cualquier escena sacada de una película que a lo que seguramente me rodeaba. No sabía dónde estaba. No sabía qué hacía allí. La oscuridad no era total, pero aquello lo hacía todo peor. A mi alrededor había… lo que parecían camillas. Formas apenas dibujadas iluminadas por una tenue luz esmeralda (iba a poner simplemente “verde”, pero eso desluciría un poco la descripción, al que ya me he encargado de hacer con este pequeño apunte).
Pero las camillas no estaban desocupadas. Sobre ellas había… cosas. Formas cubiertas por sábanas. Por pliegues que proyectaban sombras. No sabía que podía haber debajo de aquello. Tampoco es que importe. Fuese lo que fuese, era “algo” lo suficientemente evocador como para alimentar mi imaginación. Y no podía moverme.

Seguramente continuaba adormecido por la anestesia de la operación. Es posible que ni siquiera me hubiese llegado a despertar. Que todo fuesen constructos de mi imaginario. Pero eso tampoco importaba. Aquellas… formas sin forma aún me acompañan. Ya no me dan miedo, con el tiempo han perdido ese poder, pero siguen ahí.

No recuerdo que antes de aquello la oscuridad me diese miedo. Aunque, claro, no puedo saber a ciencia cierta si tal afirmación es cierta. Por otro lado… no es tan sencillo. No todos los… “tipos de oscuridad” generaban en mí la misma reacción. No recuerdo tener miedo mientras estaba a oscuras en mi habitación. No al menos de la oscuridad.

El problema estaba con lo que se encontraba “fuera”. Si hago memoria de cosas triviales… mientras viví en Alsasua no recuerdo haberme levantado nunca con ganas de ir al baño de noche. ¿Quiere decir esto que nunca lo hice, o que era tan trivial que no ha quedado registrado?
Podríamos elegir la opción “B”. Sería lo más racional… de no ser por un pequeño detalle. Sí que recuerdo alguno de esos despertares en Araia. Recuerdo el miedo a salir de la habitación. A bajar aquellas escaleras.

Era el mismo tipo de miedo que me invadía cada vez que me mandaban ir a la despensa a traer algo. La misma sensación que, una vez que atravesaba el umbral de la puerta que separaba la casa de la tienda, me hacía correr a oscuras detrás de las estanterías hasta alcanzar el interruptor más cercano. La misma urgencia que únicamente conseguía que me golpease con todo cuanto se cruzaba en mi camino.

¿A qué tenía miedo?
A… nada en concreto. Sabía que no iba a surgir nada de la penumbra. No esperaba fantasmas o demonios. No había formas ni sombras.

Simplemente, estaba solo en la oscuridad.
Y aquello era más que suficiente.

Enlaces:

1. Biografía fabuladora V: La edad de los descubrimientos I - El papel del papel

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