Biografía fabuladora XXIII: La cuarta musa

Por Javier Albizu, 1 Mayo, 2022
¿Por qué no quinta o tercera?
¿Por qué no vigésima?
¿Cómo medir el qué y el cuándo?
¿Cómo saber el porqué?
¿Cómo asignar un orden de prioridad?
¿Cómo determinar qué dejamos entrar y qué nos negamos a aceptar?

No. Aquí no encontrarás respuesta a estas preguntas.
Porque las fuentes de inspiración son asín. Difusas y esquivas. Subjetivas y, en cierta medida, involuntarias. No las buscas, sino que son ellas quienes te encuentran.

En fin.

Supongo que, ahora sí, podemos asumir que hemos llegado hasta el ochenta y ocho. Hasta el año en el que (probablemente) se produjo el descubrimiento de mi última gran afición; los juegos de rol.

Y es la cuarta si asumimos que las tres primeras fueron los tebeos, el audiovisual y los vídeo juegos.
Aunque, claro, el audiovisual también podría incluir al mundo binario. O podríamos dividirlo aún más. Cine, tele y… música (siendo muy laxos en la parte “visual” del término).

Pero, bueno, las divisiones arbitrarias es lo que tienen.

En fin (una vez más).

Aunque ya tenemos una zona dedicada a este medio aquí mismo1, narraremos una vez más la historia de origen. Porque no por nada uno ha sido desde siempre fan de las historias de súper héroes, y si hay una cualidad que comparten casi todos ellas, y algo en lo que son infinitamente pesadas, es a su manía de (re)contar una y otra vez sus historias fundacionales.

Dicho esto, comenzaremos diciendo que (para sorpresa de nadie) todo empezó de la manera más inesperada.
Con un compañero de clase de mi hermano pequeño. Un chaval2 algo pesado que, en un momento dado, comenzó a pasar por casa con mayor asiduidad. Unas visitas que no requerían de la presencia de mi hermano en el recinto.

Porque venía por otra cosa. Lo hacía utilizando excusas de lo más peregrinas. No quería ni mi mente ni mi cuerpo. Quería mis tebeos.

Recuerdo un sábado a la tarde de una semana indeterminada (posiblemente) de aquel año. Uno de esos días en los que mi rutina marcaba que tenía que pasarme por los Multicentros Roncesvalles a practicar mis rituales binarios. Poco tiempo atrás había descubierto la existencia de “el centro”3. Pero no solo eso. Allí había encontrado un lugar donde hablar acerca de una de las cosas que me gustaba. Así pues, tenía que visitar Ramar, charlar con el dependiente, y volver a casa con un nuevo juego para mi flamante Commodore 128 (ya fuese tras desembolsar las pertinentes 875 pesetas, o para probar alguna cinta para aquella máquina que le hubiesen intentado colar como defectuoso).

Pero no podía salir. Tenía que quedarme en casa porque aquel chaval había venido a “ordenadme los tebeos”. Recuerdo estar ahí mirando, esperando y odiando. Temiendo que aquel día no llegaría a tener mi charla semanal con aquel dependiente (que quizás se llamase Ramón). Mi yo de quince años daba vueltas a todo aquello sin pensar en que cabía la posibilidad de que aquel “señor” (que, a buen seguro, no llegaría a los treinta) pudiese llegar a alegrarse de aquella ausencia. Que aquel día tendría un crío menos al que aguantar.

En fin (¿a la tercera irá la vencida?)
Para no faltar a la tradición, me estoy desviando del asunto.

Retomemos.

No puedo saber cuál fue el momento exacto de aquello… pero sí que puedo hacerme una idea de las fechas aproximadas en las que se produjo un nuevo encuentro con aquella persona. Un encuentro que tenía lugar en el mismo espacio físico, pero dentro de un contexto muy diferente. El día en el que aquella misma persona me invitaba a participar mi primera partida de rol. Cuando, sin saber muy bien el porqué, respondí afirmativamente a aquella pregunta en diferido (porque no me la hizo él, sino que utilizó a mi hermano como proxy).

Y no sé muy bien el porqué de aquella respuesta, ya que los juegos de tablero o azar, los deportes u otro tipo de actividades competitivas, nunca me habían atraído. Ganar, perder o, simplemente, participar en ese tipo de entretenimientos nunca me había aportado nada en lo personal. Sí. Cierto. Podía haber disfrutado de la compañía de quienes practicaban aquellas actividades conmigo, pero la actividad en sí misma me resultaba del todo irrelevante. Y digo “irrelevante”, donde podría decir de manera indistinta “molesta”. Me incomodaba el ansia de “ganar”. Los piques. La manera en la que se sitúa la “victoria” por encima de lo demás. Cómo este deseo se impone sobre las ganas de pasar un buen rato charlando o haciendo ejercicio.

Nunca he buscado estar “por encima” de otro. No quiero, ni pretendo, ni me importa, ser “mejor que otros”. Mi única aspiración es la de ser “mejor” (con todas las comillas del mundo) de lo que era hace un rato en lo que sea que hago.

No me gustan “los juegos” porque en ellos me encuentro siempre persiguiendo unos objetivos pensados por y para otros. Unos objetivos que, generalmente, no me importan lo más mínimo.

Reflexionando acerca de este respecto, y analizando el tema bajo este prisma, supongo que tiene sentido que, ya desde muy temprana edad, los juegos electrónicos fuesen uno de mis entretenimientos favoritos.

De cualquier manera, de la misma manera en la que afirmo esto, también he de informar al lector de que, en la practica del muy noble y lúdico arte de machacar botones, tampoco he encontrado un juego, ya sea de ordenador, consola o recreativa, cuya finalización haya ansiado con desmesura.

En lo que a mí respecta, la parte lúdica del entretenimiento electrónico siempre se ha reducido a una cuestión de reflejos, coordinación, concentración y adrenalina. Ver hasta donde soy capaz de llegar y, quizás, llegar un poco más lejos en la siguiente partida. Con esto, siempre he sido más amigo de los juegos de plataformas que de los de gestión o exploración. En este ámbito, la acción siempre me ha resultado más interesante que la historia.

Por otro lado, esto no quiere decir que sea bueno enfrentándome a ese tipo de retos, pero esa es ya otra historia.

En fin (y van cuatro).
Me he vuelto a desviar.

Reconduzcamos esto por (espero) última vez.

Saco a colación el tema de los juegos, ya sea en su vertiente electrónica o en la social, por otra razón más afín a esta sección de mis textos; Historias, personajes e implicación personal (eso que acabo de afirmar que no me importaba demasiado dentro de un contexto muy concreto).

Ni entonces, ni con posterioridad, he encontrado nunca un juego de ordenador cuyos personajes o historias hayan llegado a engancharme a un nivel emocional. No he sentido miedo, tristeza o alegría por ninguno de ellos.
Tebeos sí, libros sí, películas sí, juegos no... hasta que conocí los juegos de rol.

Pero, por encima de esto, y entroncando finalmente todo esto con el tema acerca del que tratan estas columnas, mi manera de entender la creación de historias se ha moldeado alrededor de la mesa de juego. Sin el rol, dudo que hubiese sido capaz de escribir. De plantearme cómo deben ser las estructuras narrativas. De crear algo más complejo que meras anécdotas. Podríamos decir que mi historia como juntaletras no comenzó hasta se inicio aquel camino.

Sí, y como ya he comentado en las entradas que preceden a esta, antes de aquello había escrito algún relato como trabajo para el colegio. Tramas que, mientras las repaso mentalmente, sirven para que me dé cuenta de que ya tenían implícitos algunos de mis tics personales. Textos que me gustaría tener a mano para comprobar si mi recuerdo es fiel, o ha sido corrompido por el paso del tiempo. Si la historia es como la cuento o si su recuerdo no deja de ser otra invención.

De cualquier manera, aquel tampoco fue este un salto directo. Como con todo, el proceso fue lento y, en gran medida, inconsciente (e inconsistente). Mis primeras historias no dejaban de ser lo que comentaba antes; anécdotas. Podían estar más o menos estiradas, pero carecían de continuidad, estructura o contexto. De un pasado o una historia “reales”. De razones de peso que moviesen a los personajes. De una idea aproximada acerca del “¿qué pasará después con ellos?”.

Hasta que no comencé con mi propia “criatura”, hasta que no empecé “en serio” con Daegon5, gran parte de las preguntas necesarias para la creación de historias complejas no se habían formulado en mi cabeza. La necesidad de ahondar en las imágenes que habitaban en mi imaginación, de estructurarlas para que pasaran de ese estado al de ideas concretas, de tratar de convertirlas en historias coherentes, siempre había estado ausente.

Antes de aquello, todo lo referente a las palabras, así como las diversas maneras en las que se podían utilizar para crear y transmitir ideas, quedaban restringido únicamente para la comunicación verbal (un medio al que tampoco daba demasiado uso).

Mucho que agradecer a una decisión y a una persona. A una experiencia. A la primera vez en la que aquel chaval mataría a mi personaje dirigiendo una aventura de “La llamada de Cthulhu”5.

Dado que la primera edición en castellano de aquel juego llegaba en septiembre del ochenta y ocho, todo parece indicar que aquel evento tendría alugar a finales de aquel mismo año.

Con todo esto, y como colofón a esta entrada, indicar lo poco que podía imaginarme mientras le clavaba puñales imaginarios al individuo que se sentaba en el suelo de mi habitación rodeado de tebeos, que se iba a convertir en la persona con la que, si excluimos a la familia, he mantenido una relación más duradera. Podríamos decir que se convirtió en mi primer “amigo electo”. El primero de una lista de personajes con los que comenzaría a relacionarme gracias al rol (y al resto de nuestras aficiones compartidas).

Enlaces:

1. Biografía rolera

2. Gente especial

3. Devolvedme mis magdalenas (cabrones) II (La secuela binaria)

4. Daegon

5. La llamada de muchas cosas

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Esto de hacer que me salten las carcajadas y las lágrimas a la vez sin advertencia previa no se hace, hombre. Tú también eres mi amigo más antiguo, y te quiero. Ojalá siga siendo así muchos años. Nunca te voy a agradecer suficiente tu generosidad, sobre todo considerando lo pesado que era yo XD

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