Biografía daegonita XCVIII: La bajona contraataca

Por Javier Albizu, 22 Septiembre, 2021
La cabeza es una máquina curiosa. Un aparato incapaz de conectar dos puntos cuando estás situado entre ellos.

Me explico.

El veinticinco de julio de dos mil séis publicaba en el blog la entrada “Se acabó”1. Una columna en la que ponía fin a la primera a la primera etapa de aquella bitácora. En ella aducía una serie de razones que eran ciertas.
Y esto es así. No me cabe duda de ello.

La cosa es que eran ciertas, pero…

… una semana más tarde mandaba un correo a mis amigos. Un correo en el que decía que no tenía intención de continuar trabajando en el negocio familiar.

Hasta mucho tiempo después no fui capaz de relacionar estos eventos. Porque soy un poco lentico.

Como digo, las razones que aducía en aquella entrada eran incuestionables… pero tampoco era nada nuevo. Era algo que me había acompañado casi desde que inicié aquel / este proyecto.

Lo otro, por el contrario… era algo que me acompañaba desde mucho más atrás.
Llevaba dieciséis años trabajando ahí. Metiendo horas en un trabajo que, no es tanto que me disgustase como que no me aportaba gran cosa en lo personal (más allá de una vida acomodada, el dinero necesario para meterme en un piso y ciertas relaciones laborales que escalarían hasta poder ser catalogadas como amistad).
Vale, esto parece el chiste de los Monty Python de “¿Qué han hecho los romanos por nosotros?”. Igual sí que me había aportado bastantes cosas también en lo personal.

La cosa es que no quería seguir allí. A mi padre le quedaba poco para jubilarse, y yo no quería la responsabilidad de hacer que aquello continuase funcionando. No quería pegarme con mis hermanos. No quería que el sueldo de los demás dependiese de mí. No quería tener que dedicarme a perseguir a proveedores y clientes.

Tras meses y meses (por no decir años) comiéndome la cabeza y destrozándome el estómago, adquiriendo más responsabilidades, y viendo cómo se acercaba la segunda úlcera, aquello terminó por reventar. El treinta y uno de julio le decía a mi padre que, una vez que se jubilase, me buscaría otra cosa.

Pero la cosa no fue a mejor sino todo lo contrario.
Cosa de tres meses después le decía que iba a empezar a buscar otro trabajo desde ya mismo.

Pero me estoy desviando. Me he desviado una barbaridad de la temática de esta serie. Pero todo suma. Todo afecta.

Mirando los datos referentes a Daegon durante aquel periodo de tiempo, veo que el veintiocho de julio terminaba la “historia_solo_para_tus_ojos” de la versión daegonizada de una amiga para su cumpleaños. No era la primera vez que aparecía aquel personaje sino que ya había salido en “La Novela” pero, al igual que el resto de aquellos textos, el enfoque era mucho más personal.

Después de eso, veo que en agosto modificaba un nuevo documento con el título “Dugental”. Veo también que aquel documento se había creado en enero de aquel mismo año. Al principio he pensado que se trataba de una nueva versión del trasfondo que ya tenía escrito. Que, en aquellos momentos, aún tenía intención de continuar con “La última campaña”. Pero no. Al abrirlo me he encontrado con el inicio de otro relato / novela con el siguiente contenido:

• Prologo 1: La ascensión de Shendú Ryudo

Se encontraba extrañamente tranquilo. Sabía que aquello era ya un hecho. Que los médicos no podrían retrasar durante más tiempo lo que era inevitable. Era cuestión de días. Tal vez horas.
Sentado en el sillón que en breve le correspondería dentro de los diecisiete, Shendú tomó un nuevo trago. Aquel día todo le sabía distinto. Mejor. Los sabores parecían magnificarse, el tacto del terciopelo que recubría los brazos de su asiento provocó un estremecimiento recorriese todo su cuerpo.
Se levantó y caminó hacia uno de los ventanales. Aquella no era su patria. No era la tierra que le había visto nacer, pero la conocía tan bien como si lo fuera. Nada. Durante sus dieciséis años de vida había viajado junto a su padre por los reinos de Rearem. Había permanecido un año en cada provincia del gran reino observando y aprendiendo de su señor. Él era el primogénito, él sería el siguiente tahakrair de Dugental.

Sus hermanos se encontraban lejos. Katse en Mitlanesh, Durgul en Thaigen y él menor, Goro, ni siquiera se encontraba en el país. Sí, a su padre se le podían atribuir toda clase de defectos, pero la estupidez no era uno de ellos.
Con catorce años Katse ya había dado muestras de ambición (pero no así de su inteligencia). No le dejó mas remedio a Daigo Ryudo que mantenerlo alejarlo de aquellos que podrían ser tentados por alguien de la casa real para usurpar su puesto, pero tampoco podía dar muestras de tener miedo de su propio hijo. Aquello habría dado una sensación de debilidad nada deseable. Así que sus hermanos se vieron incluidos en aquel exilio a Katse camuflado como viaje de preparación para su edad adulta.
- Deben aprender sobre la tierra en la que viven y las gentes que la habitan – le había dicho Daigo – Y también deben aprender a no menospreciar a su padre, o sobreestimar sus capacidades o los vínculos que me unen a ellos.
- Pero, padre – le había replicado Shendú – ¿No es una lección un tanto temprana para Durgul y Goro?
- No hay lecciones tempranas o tardías. La función de una lección es enseñar algo, y cualquier momento es bueno para ello.
Era obvio que aquellas palabras en sí, eran algo más que una simple lección, sino una advertencia en si mismas. De cualquier manera, Shendú sabía que tampoco eran completamente ciertas. La decisión de alejar al pequeño Goro de su lado era algo que le había costado mucho a Daigo y le había provocado un gran dolor.

• Prologo 2: Nacimiento de Orsgull

• Prologo 3: Nacimiento de Pyreas

• Capitulo 1: Shendu y Layna en Aldern. Sargat Kendall conquista la provincia.

• Capitulo 2: Pyreas en Birchthorn

• Capitulo 3: Orsgull en Dugental

Más melones que voy abriendo. Más temas pendientes que retomar (bueno, quien dice retomar, dice prender fuego y empezar desde el principio).

Después de aquello… silencio de radio.
El blog no regresaría hasta el año siguiente, pero los temas relacionados con Daegon regresarían en noviembre. Vaya, qué coincidencia. Volvía a ello cuando ya había tomado la decisión en firme de irme. Cuando lo estaba pasando peor.

Va a terminar resultando que Daegon me resulta terapéutico.

El primero de estos textos, “Cuentos”, era mi intentona para acometer los relatos infantiles ambientados en Daegon que mencionaba en la anterior entrada.
La cosa quedaba tal que así:

Cuenta la leyenda…
Que, antes de ser entregados a sus padres, los niños dormitan en los dominios de Kozûl.
Cuenta la leyenda que, en la tierra de los sueños, su señor los contempla con atención.
Busca entre ellos a quienes serán los protectores de su reino.
A aquellos que le ayudarán en su eterna misión.
Cuenta la leyenda que, aquellos niños que despiertan antes de que su momento haya llegado, dejan tras de sí parte de su ser.
Una parte de sí mismos que les advierte cuando las pesadillas acechan a los durmientes.
Una parte de sí mismos que les permite regresar a la tierra de los sueños, para vivir en ellas las más fantásticas aventuras.
Cuenta la leyenda que, a estos niños especiales se les llama “Shul”. Los guardianes de los sueños.
Pero esto solo son leyendas…
¿O quizás no…?

Aquello no terminó de progresar. La idea me gustaba y se podría considerar canónica… pero las cosas que me salían a continuación no estaban destinadas para niños. Eran disertaciones filosófico – metafísicas. Me dedicaba a jugar con los conceptos y a mirar la mejor manera en la que podían encajar. Es posible que se debiese al momento que estaba pasando… pero no sé. Algún día tengo que intentarlo de nuevo.

Por otro lado, aquel mismo mes también escribía “Todo”. Se podría decir que era dos cosas al mismo tiempo. Por un lado era la “precuela” de “Nada”. Por otro, se trataba también de un nuevo acercamiento al mito creacional desde una perspectiva más metafísica que mitológica. La fuente de la que luego beberían los primeros capítulos de “Las edades de daegon”2

El instante eterno que precediese al comienzo.
La ecuación infinita cuyo valor no puede ser medido.
Aquel que fuese la suma de toda forma, todo concepto y toda emoción.
Quien albergase en su seno más de cuanto puede ser concebido.
Cambio y Estatismo.
Luz y Oscuridad.
Bien y Mal.
Tiempo y Entropía.
Vida y Muerte.
Abandonó su inmensidad, y se limitó a sí mismo.
Se fraccionó, pues la diversidad habitaba en él.
Dejó de ser uno, para convertirse en menos; Muchos.
Los conceptos resultantes, buscaron su lugar en aquella recién nacida creación.
Se fusionaron y dividieron.
Combatieron y se amaron.
Experimentaron su condición hasta cuanto de sí daba su ilimitada capacidad.
Para, finalmente, abandonar su subjetividad primigenia.
La abstracción se volvió concreta.
Lo ilimitado se volvió finito.
Los conceptos, dejaron de serlo, y tomaron forma, se volvieron entes.
Adquirieron nombre y sustancia.
Y con el primer nombre nació el gran error.
La ilusión del tiempo.
Y con el tiempo, con el principio, se daría inicio al viaje definitivo y definitorio.
Una odisea cuyo inevitable destino sería el final de cuanto fuese Todo.
El Olvido.
La Ausencia.
Nada.

En diciembre veo que también escribí / modifiqué tres documentos. Les daba algún pequeño retoque a “Nada” y a la parte de la “Profecía del fin de los tiempos” de “La Novela”. Todo era alegría en mí mientras me pegaba de bruces una y otra vez contra la búsqueda de empleo.

Para terminar el año, también escribía una nueva “historia personal” de otro de los personajes que habían aparecido en “La Novela”. Una historia que era parte de mi regalo de bodas para aquel amigo.

Y con esto ya estaría la cosa. Terminaba un año chungo y, por fortuna, el siguiente estaría más lleno de luz. Bueno, es un decir.

Enlaces:

1. Se acabó

2. Crónica de los tiempos que no fueron

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